Hay personas en este mundo incapaces de mostrar que están heridas si no es hiriendo a otras.
Aurora Levins-Morales.
Escrito por Miki Kashtan en Acquired Spontaneity.
Estoy profundamente emocionada por la cantidad de comentarios a mi reciente entrada sobre el acoso escolar. Han surgido numerosas preguntas y temas y he pensado que, en lugar de responder a comentarios concretos, sería mejor recoger todas estas cuestiones y responderlas en una nueva entrada.
Considero el tema del acoso escolar como algo sumamente importante, pues incluye mucho de lo que me gustaría cambiar en lo relativo a la relación entre las personas y, en concreto, entre nuestros niños.
Imagino que el acoso escolar y la forma en que se gestiona, suponen un importante aprendizaje para los niños. Ojalá este aprendizaje les llevara a confiar en que existen sistemas y relaciones humanas que funcionan, así como en su propia capacidad de influir positivamente en su entorno.
Si tan solo unos pocos padres o profesores inspiraran un cambio en ese ambiente que propicia el acoso escolar me sentiría satisfecha de haber podido hacer algo que marca la diferencia. No obstante, mi esperanza y visión son bastante más ambiciosas, algo que ya sabrás si lees este blog con frecuencia.
Mi propia experiencia
Me preguntabais cómo he sido capaz de superar lo que me ocurrió y llegar a un estado emocional que me permitiera mostrarme abierta y vulnerable. No me sorprende esta pregunta.
He reflexionado sobre esto durante años, pues es un tema trascendente para mí.
Hoy día parece estar comúnmente aceptado el hecho de que alguien actúe de forma violenta con otras personas porque en algún momento del pasado sufrió abusos, sin embargo, es igualmente cierto que no todos aquellos que han sufrido abusos en algún momento de sus vidas vayan a hacérselo pasar a otros.
Lo que siempre me ha resultado más desolador es mi incapacidad para comprender por qué alguien trataría a otra persona como me trataron a mí. Más entristecedor incluso que pasar una noche apoyada en un árbol temblando. Así, cuanto más ahondo en su comprensión, más paz encuentro en mi interior.
Mi amiga Aurora Levins- Morales, extraordinaria poetisa y escritora, escribió en su colección de ensayos Medicine Stories sobre los tormentos que sufrió cuando era pequeña y cómo el resistir la tentación de odiar a sus torturadores era la única manera de seguir siendo humana. Entendió, incluso mientras lo estaba viviendo, que el odio era el primer paso para volverse como ellos. Me siento muy afortunada de no haber odiado nunca a los que me atormentaron.
El contexto sistémico en el que ocurre el acoso escolar
Hay ciertas personas, que acosan a otras. El problema de centrarnos solo en ellas, es que olvidamos el papel que tienen muchos de los que conocen lo que está ocurriendo y no hacen nada para intervenir.
Según aprendí de Dominic Barter, y basándome en su amplia experiencia en la implementación de sistemas reconciliadores o reparadores en Brasil, los métodos punitivos e, incluso la mediación, se centra en el individuo y no abordan a una comunidad más amplia que, implícitamente, permite que prospere el acoso.
Hablo de los adultos que minimizan el problema (como bien saben muchos niños y sus padres) y amigos que se quedan impasibles mirando. La fragmentación de la mayor parte de las comunidades escolares, de hecho, favorece el acoso escolar.
Es la propia comunidad la que pone el entorno para que se dé el acoso, incluso cuando no existe un sentimiento de comunidad.
Por ello, creo que el cambio real tendrá que llegar por un cambio sistémico y, ni ignorar el problema, ni castigar generarán el cambio necesario en la comunidad para transformar este clima de acoso.
Por qué y cómo funcionan las prácticas reparadoras
Tengo el privilegio de poder hablar todas las semanas con un grupo especializado de personas sobre lo que escribo en mi blog. El martes pasado, mientras discutíamos sobre mi entrada anterior en el blog, alguien se mostró escéptico sobre las prácticas reconciliadoras en situaciones en las que hay acoso escolar.
En un principio, me quedé preguntándome por qué esta persona podría pensar eso. Ver el vídeo (en inglés) The Making and Unmaking of a Bully, sobre cómo una persona se convierte en acosador y luego deja de serlo, me ha hecho entender por qué era tan difícil para esta persona, y para todos nosotros, ser compasivo con la gente que acosa.
Como Gordon Neufeld explica en el vídeo, a no ser que seamos capaces de introducirnos en la piel de la persona que acosa, será sumamente difícil empatizar con el acosador, ya que ver que alguien está aprovechando la vulnerabilidad de otro resulta odioso al público en general.
Neufeld nos habla de que lo último que debe hacer un niño si sufre acoso es expresar sus sentimientos a la persona que le está acosando. Según afirma, esa exposición solo servirá para que el acoso continúe.
Aquí es donde entran las prácticas reparadoras.
Se trata de unas prácticas muy rigurosas, al menos en la forma que yo conozco, que crea las condiciones adecuadas para que puedan llevarse a cabo grandes cambios. Todos los implicados participan y la primera parte que se recupera es la conciencia de una comunidad que se apoya.
Se escucha a todo el mundo, independientemente del papel que haya desempeñado. Esto incluye desde una persona que ha acosado a una que rara vez lo ha hecho en el caso de que se hiciera oír.
Cada cual asume la responsabilidad de sus actos, bien si acosa, si mira hacia otro lado, si ha decidido no contárselo a nadie o si los justifica como «es cosa de niños». La responsabilidad siempre implica ser consciente del significado de los actos que se llevan a cabo y de lo que cada cual intentó generar con sus acciones. En este sentido, unos y otros humanizan sus acciones.
Por último, los participantes trabajan en la creación de un plan de acción diseñado para recuperar la confianza y en la generación de un modelo que funcione para todo el mundo.
Le pregunté a Dominic acerca del éxito que habían tenido estos programas en la reducción de la incidencia del acoso escolar. Los dos factores que deduje de su respuesta son que el cambio tiende a producirse en los observadores, especialmente entre los profesionales que escuchan y están más abiertos a considerar su propia complicidad y, por otro lado, cuando los acosadores comienzan a ver que hay otras formas de relacionarse.
El contexto de un círculo restaurador incrementa en gran medida la posibilidad de que se produzcan esas transformaciones, lo que explica por qué la incidencia del acoso escolar parece empezar a decrecer en las escuelas donde se implantan círculos reparadores.
Cómo ayudar a quien sufre acoso escolar
En alguna ocasión me han preguntado cómo se puede empoderar a los niños para que sean capaces de defenderse, sin arriesgarse a que les acosen aún más, y sin que ellos abusen de nadie. De hecho, a falta de un cambio sistémico en los colegios, es importante que los padres o un adulto amigo del niño o niña que sufre acoso lo acompañen lo más pronto posible.
Recuerdo lo que Alice Miller mencionaba en repetidas ocasiones en todos sus libros: no es el trauma en sí mismo lo que genera el miedo a la vida, sino el hecho de no tener a nadie con quien hablar sobre ello. Aquellos que tienen con quien compartirlo, incluso si se trata de un abuso grave, tienen más posibilidades de gestionar su vida adulta de forma satisfactoria, aun cuando no se puede hacer nada para cambiar las circunstancias.
Cuando los niños viven la experiencia del acoso como un fracaso personal, lo que al parecer les ocurre a muchos, y además se suma una falta de respuesta generalizada por parte de los adultos, los niños en cuestión no tienen a nadie a quien acudir. Aunque resulta muy duro ver sufrir a un niño al que se quiere, uno de los comentarios que he recibido habla directamente de cómo la capacidad de una madre para estar presente y de forma relajada permite al niño experimentar el dolor y sacar las fuerzas necesarias para superar esta experiencia.
El daño interior se puede prevenir o curar de este modo, proporcionando al niño la fortaleza y convicción suficiente, como miembro perteneciente a la raza humana, para poder soportar el acoso sin que se sienta herido constantemente.
La idea de que los niños deberían defenderse ellos mismos, muestra lo arraigado de la idea de que se trata de un problema individual, cuando en realidad el acoso ocurre en un entorno más amplio y debe solucionarse en un contexto social.
Cómo ayudar a quien acosa a otros
La parte más difícil del problema del acoso escolar es qué respuesta dar a aquellos que acosan. Desde mi punto de vista, parte de este reto es que estamos acostumbrados a crear una dicotomía entre compasión y responsabilidad. Muchos entendemos ser compasivos como dejar a alguien «irse de rositas», y tener a alguien responsable como tomar medidas punitivas. El impulso de castigar se basa en el afán de proteger al niño acosado y detener así dicha conducta, pues consideramos que el castigo hará que la conducta indeseada pare.
Neufeld hace hincapié en la idea de que detener la conducta acosadora sin atender a sus causas no cambiará nada. Por el contrario, comprender los motivos del acoso y revertir las causas, sí permitirían solucionar el problema.
Con todo, yo tengo una forma distinta de ver esto. Estoy convencida de que nadie acosaría ni se embarcaría en una conducta dañina si sus necesidades estuvieran cubiertas de forma satisfactoria, especialmente las evolutivas.
Creo que Neufeld y yo diferimos en cuáles son las necesidades humanas no resueltas y cuáles están implicadas en el acoso. En este punto, mi opinión está más influenciada por Gilligan, cuyo libro ya he recomendado en varias ocasiones: Violence: Our Deadly Epidemic and Its Causes, libro que trata sobre la violencia y la muestra como nuestra epidemia más mortal y su causas. Considero muy acertada su visión profunda y llena de matices sobre lo insoportable de la vulnerabilidad que tipifica la conducta acosadora.
Con esto en mente, la primera cuestión que me planteo sobre apoyar a los niños que acosan a otros es: ¿cómo podemos transmitir a este niño que queremos ayudarle? Si no se lo hacemos ver, el niño, como es natural, nos verá como un enemigo ante el que defenderse, sin importar que seamos un padre, profesor o cualquier otro miembro de la comunidad.
Tendremos que trabajar en nuestra propia aversión al acoso y llegar a un punto de verdadera sensibilidad hacia él, a pesar de lo aberrante que nos parezca esta conducta. Esto solo es posible si somos conscientes del inmenso sufrimiento que vive la persona que acosa.
Una vez hemos conseguido la confianza del niño, mi siguiente pregunta es: ¿cómo podemos conseguir que el niño abra su corazón para que pueda llegar a su propia angustia? Si, como dicen desde distintas perspectivas tanto Neufeld como Gilligan, el camino hacia la violencia pasa por un intenso sentimiento de vergüenza y la dificultad de vivir la propia vulnerabilidad, aliviar ese corazón parece, en consecuencia, esencial para cambiar el patrón.
Otra pieza fundamental, a mi modo de ver, aunque no la menciona directamente Neufeld, es: ¿cómo podemos crear una condiciones que permitan que ese niño sea capaz de entender las consecuencias de sus actos? Sabiendo lo aborrecible que es la vulnerabilidad para el niño que inflige el acoso, abrirse a la propia vulnerabilidad es esencial para que sea capaz de ver e integrar el sufrimiento del niño que sufre el acoso. De otro modo, el sufrimiento ajeno solo les sirve para protegerse y separarse del mundo, ya que el sufrimiento del otro niño es el mejor antídoto que conocen para su propio sufrimiento.
Considero que los círculos reparadores proporcionan un modo efectivo de crear esas condiciones, ya que al niño que acosa se le considera como uno más al que se escuchará y respetará como a todos los demás y del que también se esperará que asuma responsabilidades.
Por último, a largo plazo, cuando apoyaos al niño que acosa también estamos modificando el entorno, de forma que será menos propicio para situaciones de acoso escolar. Esto nos lleva al contexto sistémico, previamente comentado, y en el que se produce el acoso. Las comunidades fuertes actúan como red de emergencia tanto para el niño que acosa como para el que sufre el acoso.
El papel de los adultos
En este contexto, veo tres roles importantes para los adultos.
El primero es dar ejemplo. A la luz de un comentario de hace tiempo, incluso en las escuelas que disponen de programas de mediación, en las que se trabaja la empatía y la inteligencia emocional, se puede dar el acoso escolar si esos valores y comportamientos no están integrados y en concordancia con cómo actúan los adultos.
El segundo. Son los adultos los que tienen que tomar el acoso escolar en serio si quieren ayudar a los afectados. Es importante que cada niño que sufre acoso escolar pueda acudir, al menos, a un adulto y que le escuche, esté presente, le consuele, anime y le dé cariño. No quiero que ningún niño tenga que gestionar el acoso solo nunca más.
De igual modo, quiero que todos los niños que acosen a otros tengan un lugar donde acudir sabiendo que, sin duda, se les tratará con cariño y donde serán aceptados incluso cuando han generado un gran dolor a otros. Me gustaría que todo aquel que alguna vez haya dañado a otro disponga de ese espacio y, por supuesto, pensando en los más pequeños, para que puedan tener experiencias significativamente diferentes que les permitan crecer en un entorno de adultos que se preocupan por ellos.
Ojalá invitemos a cada niño que acosa a otro a abrir su corazón tanto a ellos mismos como a aquellos a los que han hecho daño. No puedo imaginarme lo vergonzoso que tiene que ser un proceso de recuperación para una persona que ha acosado a otra. Deseo que esto sea posible para todos los niños cuyas vidas les han llevado a acosar a otros como única forma de sentirse emocionalmente seguros.
El tercero. Los adultos son los que pueden cambiar el sistema de forma que se evite cualquier acto de acoso escolar. Entiendo por qué esta tarea podría resultar ardua. Los directores de colegio tienen que mantener el equilibrio entre todas las necesidades y solicitudes a las que hacen frente, y tomarse en serio el acoso escolar es otra cuestión más que considerar.
Los profesores se ven normalmente abrumados con muchos más niños por clase de los que son capaces de gestionar. Entonces, ¿de dónde podrían sacar el espacio y el tiempo necesarios para abordar el acoso escolar de forma efectiva?
Más allá de estos problemas, los padres, que al fin y al cabo son los que probablemente estén más motivados para tomar medidas, especialmente los padres de aquellos de niños que sufren el acoso, tienen una situación particularmente difícil para conseguir que tanto profesores como directores les escuchen; un conflicto que normalmente no tiene buenos resultados.
Estos padres, como el resto, también quieren ganarse el afecto de los demás, y no es fácil convertirse en el padre del niño o niña con el problema. Incluso cuando empiezan a intentar solucionar la situación, seguir a pesar de las negativas a las que se enfrentan requiere de una fuerza de la que no todos disponemos, especialmente si no contamos con el apoyo masivo de otros.
Más allá de cualquier conflicto, creo que otro de los grandes problemas que los adultos tienen que superar es hacer frente a las heridas de su propia infancia y a sus experiencias no digeridas. La crueldad entre niños, quizás acrecentada por nuestra propia cultura actual, no es algo nuevo.
Neufeld nos recuerda que el acoso se da en todos los mamíferos. Si tenemos que prestar apoyo a nuestros niños para que vivan distintas experiencias y aprendan de los distintos retos que se les presentan, tendremos que abrir nuestros corazones a nosotros mismos, a los niños que sufren el acoso y a los que lo llevan a cabo.
En opinión de Neufeld, encontrarse con el propio dolor es lo que más probabilidades tiene de detener el acoso. Quizás todos necesitemos encontrar nuestro propio dolor y, de algún modo, sacarlo para que pueda aflorar ese instinto protector natural que nos permita asegurar un futuro para todos.
Artículo original: https://www.psychologytoday.com/blog/acquired-spontaneity/201206/more-about-bullying
Traducido por Ana Peñuelas Cardo (traductora autónoma inglés- español). Revisado por Yolanda Lozano Ramírez de Arellano (editora y correctora) y Adrián Pérez.
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