Acosar a los acosadores demonizando y castigándolos no es la solución.
Escrito por Miki Kashtan y publicado en inglés el 18 de mayo de 2012 en Acquired Spontaneity
Durante la mayor parte de mi vida escolar, fui excluida, atosigada y atormentada por otros. La mayoría de las veces no me invitaban a participar en actividades sociales, ya fuera jugar o, más adelante, ir a fiestas. Esto fue así durante años, con dos momentos especialmente difíciles.
Antes de cumplir los 11 años, fui chantajeada por un compañero de clase durante 3 meses y, subsecuentemente, excluida por todos en mi clase. Por aquella época sólo una valiente niña venía a mi casa, sin que nadie se enterase, para jugar conmigo.
Más adelante, cuando tenía 13 años y vivía con mi familia en México, mis compañeros me atormentaban e insultaban, también dibujaban esvásticas en la pizarra, símbolos que borraban rápidamente cuando entraba algún profesor.
En una ocasión, un grupo de chicas que no querían que entrase en la casa donde dormían me cerraron la puerta y me quedé sola toda la noche, apoyada contra un árbol, tiritando.
El concepto «bullying» o el de acoso escolar no existía en mi mundo en esa época. No tenía información que me pudiera ayudar a entender lo que estaba pasando.
Como muchísimas personas que sufren a manos de otros, por aquel entonces, no hablaba con nadie sobre ello y no tenía la esperanza de que alguien pudiera comprenderme.
Hoy, el fenómeno es ampliamente reconocido como un importante factor de estrés en la vida de los niños.
El «Bully Project» estima que 13 millones de niños van a ser acosados este año. Un estudio indica que el 88% de los niños han sido testigos de situaciones de acoso, y en una encuesta con 1.229 niños y niñas un 22% de los encuestados admitían haber acosado a otros. Estos números son inquietantes.
A pesar de la mayor conciencia del problema, la mayoría de los niños siguen sin hablar del acoso.
En una encuesta a estudiantes estadounidenses de secundaria, «el 60% de víctimas de acoso opinaban que los docentes respondían erróneamente ante los problemas de acoso con los que se habían encontrado».
Otros proporcionaban otras razones para no hablar sobre ello, como la sensación de vergüenza por no ser capaces de valerse por sí mismos, miedo a que no se les creyera, el no querer preocupar a sus padres, no creer que se pudiera hacer algo para cambiar la situación, e incluso pensar que los consejos de sus padres o maestros pudieran empeorar el problema.
Respuestas al bullying en la actualidad
No me parece difícil entender por qué niños y niñas no confían en los adultos. Muy a menudo la reacción consiste simplemente en minimizar el problema, como puede verse en la respuesta de Mitt Romney, un importante político estadounidense, a los alegatos sobre sus años de acosador en secundaria, y en la postura de muchos otros adultos, incluyendo maestros y directores.
«Son cosas de niños», dicen, o consideran el bullying como algo parecido a las burlas y por ende inofensivo generalmente.
A veces, el hecho de que se minimice el sufrimiento de los acosados, acrecienta la vergüenza que ya sentían por lo que les ocurre.
Durante mucho tiempo después de mis propias experiencias devastadoras, seguí pensando que había otras personas que sufrían mucho más que yo. Me llevó años entender la magnitud del trauma que había experimentado.
Hay ocasiones, en las que la reacción, es severa y excesiva. Se categoriza al acosador o acosadora como un problema en sí, aquí tenemos un ejemplo preocupante: Nicholas Kristof, el columnista del New York Times, organizó un concurso de escritura para estudiantes sobre el acoso.
En un artículo de opinión, comentaba sobre los escritores de los ensayos que habían sido acosados:
Te dan ganas de tender la mano hacia esos niños y envolverlos en un gran y caluroso abrazo y decirles que son unos seres humanos inteligentes y sensibles, mil veces mejores que sus acosadores.
Me preocupa esta reacción. Me pregunto, ¿no está Kristof agrediendo a los acosadores al describirlos de esa forma en uno de los principales periódicos del país?
Me siento fuertemente inclinada a pensar que, de haber algún cambio en el número de acosos, será para mal.
Mi preocupación aumenta tras leer el ensayo ganador, en el cual una chica describe a sus acosadores como personas «que se consideran mejores que otros y agresivos como gladiadores romanos. Como vampiros, se alimentan de la sangre de los débiles. Son monstruos adolescentes».
Este ensayo, en mi opinión, no es característico de una narradora lista y sensible. Más bien, veo en él una reacción auto-protectora, excluyente y llena de rabia que solo puede perpetuar la atmósfera de violencia.
Las políticas de «cero-tolerancia» no ayudan a nadie. Envían a los acosadores a casa sin ningún tipo de apoyo que les ayude a analizar su conducta y los efectos de esta.
Un muy querido amigo mío me contó sobre sus experiencias, años atrás, cuando era joven en Inglaterra:
Era una persona con muy fuertes principios, pero tuve una etapa de acosador, durante algunas semanas a una edad temprana, creo que sobre los 10 años.
Golpeaba a un chico algo torpe que no se defendía, hasta que sus padres vieron los moretones y me llevaron a la oficina del director, y eso me asustó porque no lo entendía.
Tuve miedo de mí mismo a partir de entonces. Nadie sabía qué hacer para ayudarme a comprender lo que había pasado.
Alex, uno de los chicos que aparecen en el documental «Bully«, proporciona una visión profunda de la experiencia del acoso escolar:
Ellos me golpean en la mandíbula, me estrangulan, tiran las cosas que llevo en las manos, me quitan mis cosas, se sientan sobre mí. Me llevan a un punto en el que yo mismo quiero convertirme en el acosador.
Unos dos tercios de los atacantes en tiroteos en escuelas habían sufrido previamente bullying.
La naturaleza nos muestra que el ciclo del abuso no es solamente un fenómeno humano. Un artículo del New York Times nos habla sobre una especie de aves que muestran actitudes agresivas y sexuales frente a aves jóvenes con los que no están emparentadas.
Los investigadores encontraron una alta correlación entre lo fuerte de la conducta agresiva demostrada por los adultos y el nivel de abuso que ellos vivieron cuando eran crías.
Humanizando, viendo a unos y otros como personas
Otra opción, aparte de la de ignorar o castigar el acoso escolar, es comprender que este es un problema social, no una aberración individual. Puesto que el problema nos afecta a todos, pongamos en marcha soluciones preventivas y sanadoras que tengan en cuenta las necesidades de todos.
Todos en una comunidad escolar necesitan seguridad, seguridad que podemos conseguir modificando el entorno. Así, podemos incrementar la supervisión por adultos, organizar mejor los recreos y almuerzos e implementando medidas que respondan rápida y humanitariamente al acoso una vez que haya ocurrido.
Los niños y niñas acosados necesitan amigos y adultos empáticos que puedan ayudarle a expresarse y a encontrar apoyo en otros, así como confianza en ellos mismos. Todo ello tareas difíciles que pocos de nosotros podemos realizar sin ayuda.
Ser compasivo no significa aceptar una conducta concreta. Más bien, significa aceptar a quien realiza la acción. Quien acosa a otros también necesita asistencia, solo así podremos salir de este ciclo.
A menudo se avergüenza y juzga a los niños y niñas que acosan. Ese tipo de respuesta disciplinaria los priva de la oportunidad de comprenderse a sí mismos y de descubrir cuáles son sus necesidades.
Necesitan amigos que los entiendan y adultos que puedan ayudarlos a comprender porque están adoptando esa conducta y qué otras cosas podrían hacer en lugar de acosar a otros.
En lugar de clasificar el bullying como un crimen, como se proponía en un blog canadiense, el enfoque de una comunidad regida por la compasión encuentra formas para lograr una compresión más profunda de lo que provoca el acoso escolar, y de lo que se puede hacer para restablecer la confianza una vez que el acoso ya se ha dado.
El castigo no restablece la confianza. Más a menudo de los que a muchos nos gustaría creer, el castigo siembra semillas de violencia futura, ya que contribuye a fomentar la vergüenza y el odio hacia uno mismo, el caldo de cultivo perfecto para la violencia.
Puesto que a menudo lo que le falta a las personas que desarrollan conductas dañinas es una comprensión empática del efecto de sus acciones, el enfoque de la justicia restaurativa busca reunir a agredidos con agresores.
Como la directora de una escuela secundaria en San Francisco decía:
Somos seres humanos, tan pronto como tengamos la oportunidad de escuchar y entender lo que nuestras acciones han hecho sentir a otros vamos a tener un sentido sentiremos compasión.
Quiero dejar claro de nuevo que no aplicar acciones disciplinarias no implica que aceptar la conducta.
Cualquiera es capaz de reaccionar ante incidentes violentos de formas que restablezcan la confianza y el respeto, en vez de crear más dolor atacando y castigando a aquellos que acosan.
El éxito de programas como el de Roots of Empathy (Raices de Empatía) y la extensa investigación sobre el ciclo del acoso, así como el profundo vínculos entre vergüenza y violencia, me llevan a una profunda creencia en que el problema de nuestros tiempos es un problema de empatía más que un problema de pérdida de estricto control.
Nos bombardean con imágenes en las que se glorifica la violencia, y eso a pesar de que por otro lado se nos dice que es mala.
Se nos provee de menos formas de crear conexiones afectuosas con otros. No es aceptable expresar afecto, ya sea como adolescentes en la escuela o como en el caso de adultos en el trabajo.
¿Qué podemos hacer para convertir nuestra cultura en un lugar más afectuoso? ¿Cómo podemos dotar a los niños y niñas, ya se trate de acosados, testigos, acosadores o ex-acosadores, con vías en nuestra sociedad que les permitan explorar sus auténticas necesidades humanas y desarrollar estrategias para satisfacerlas?
Espero profundamente que seamos capaces de reforzar el tejido de las relaciones entre nosotros de modo que podamos proteger a todos los niños y niñas en nuestra sociedad.
[Aquí puedes leer la continuación de este artículo]
Artículo original: https://www.psychologytoday.com/blog/acquired-spontaneity/201205/bullying-through-compassionate-lens
Traducido por Ana Carolina Barroso Martínez, revisado por Daniel Ocio y Adrián Pérez.
Deja una respuesta