Como dice el gran Oaqui: “La diversión es el camino más corto hacia la felicidad”.
Publicado el 13 de marzo de 2014 en inglés en Freedom to Learn, escrito por Peter Gray.
Hoy vamos a hablar del libro de Bernard DeKoven, llamado A Playful Path (Un camino de diversión), y de la razón por la que deberíamos leerlo. Pero antes vamos a ver un par de interesantes historias, dos historias sobre nuestra capacidad de divertirnos.
Hace unos años tuve una experiencia que me ayudó a ver la diferencia entre jugar y “jugar”. Dos niñas de 10 años (a las que ya conocía) me invitaron a jugar al Scrabble. He jugado bastantes veces en mi vida y no se me da mal (de hecho, algunos diría que soy “bueno”). Por el contrario, las dos niñas estaban aprendiendo. Por tanto, interpreté esto como una oportunidad para enseñarles a jugar; les enseñaría las reglas y algunas de las estrategias. ¡Sería su mentor de Scrabble!
Sin embargo, resultó que ellas me enseñaron a mi algo mucho más importante.
Les encantaba el hecho de colocar por turnos las letras ordenándolas en el tablero, con combinaciones que se entrelazaban unas con otras en un crucigrama creando un diseño y formas interesantes. Sin embargo, no tenían ningún interés en conseguir puntos, y la idea de limitarse a palabras les resultaba aburrido. Rápidamente y sin esfuerzo, sin ningún debate abierto y a pesar de mis protestas iniciales, elaboraron sus propias reglas y estrategias.
No dijeron cuál era su objetivo, pero era obvio que en cada turno querían utilizar el mayor número posible de letras y combinándolas con al menos una letra del tablero crear la palabra más larga, más divertida y sin sentido que pudiesen.
La única regla es que tenía que sonar como si “fuese” una palabra real, pero sin serlo. El propósito no era ganar puntos sino hacer reír a la otra. ¡Y tanto que se rieron!
Se rieron como solo pueden hacerlo dos niñas de diez años que hace mucho que son amigas. A veces una desafiaba a la otra pidiendo una definición, y la otra le daba una graciosa y que de alguna manera parecía encajar con la forma en que la “palabra” sonaba; después se reían incluso más.
Cuando acabamos la partida las miré y comencé a reírme con ellas, me di cuenta de que mi forma de jugar era algo parecido a lo que solemos llamar “trabajo”. Su forma de jugar era “juego”.
Caí en la cuenta de que yo solía jugar así cuando era niño.
¿Qué me ha ocurrido?
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La siguiente historia no es mía, sino una que cuenta Jean Liedloff al inicio de su ya clásico libro El concepto del continuum.
Como mujer joven y aventurera que era, dos italianos invitaron a Liedloff a buscar diamantes junto a un río en Venezuela. Habían contratado a varios indios de América del Sur como guías y ayudantes en el viaje. Viajaron en una inmensa y pesada piragua, la cual tuvieron que transportar durante una larga distancia por encima de escarpadas rocas y bajo un sol abrasador. En palabras de Liedloff, esto es lo que ocurrió:
“Cuando se inclinaba hacia uno de los lados, la maldita piragua era tan pesada que en varias ocasiones alguno de nosotros quedó atrapado entre la embarcación y las ardientes rocas hasta que los demás consiguieron sacarlo de allí. Después de recorrer un cuarto del camino, los tobillos nos sangraban. En parte para escaparme, aunque fuera un minuto, salté a una roca elevada para fotografiar la escena. Desde mi estratégico punto y con mi momentáneo descanso, descubrí un hecho interesantísimo. Ante mí tenía a varios hombres ocupados en una sola tarea. Dos de ellos, italianos, estaban tensos, tenían el ceño fruncido, se enojaban por cualquier cosa y renegaban constantemente en la forma típica de los toscanos.
El resto, los indios, se lo estaban pasando en grande. Se reían de la inmanejable canoa convirtiendo aquella lucha en un juego. Cada vez que el grupo se detenía para descansar un poco, ellos se relajaban, se reían de sus propios arañazos; se divirtieron mucho cuando la canoa, al tambalearse hacia delante, aprisionó debajo a uno de ellos y después a otro. Cuando el indio que había quedado con la espalda desnuda presionada contra el abrasador granito pudo volver a respirar, fue el que se rió más fuerte disfrutando del alivio que sentía.”.
“Todos hacíamos el mismo trabajo, todos experimentábamos tensión y dolor. Unos y otros nos encontrábamos en la misma situación, la única diferencia era que nuestra cultura nos había condicionado a creer que esta combinación de circunstancias se encontraba a un nivel muy bajo en la escala del bienestar e ignorábamos que pudiéramos afrontar la situación de otro modo. En cambio, los indios, aunque tampoco sabían que podían afrontar la situación de otra forma, estaban muy alegres, y este estado de ánimo se revelaba en la camaradería que reinaba entre ellos. Y en los días anteriores, como es natural, tampoco se habían amargado la vida esperando la llegada de esta situación. Para ellos, cada vez que la canoa avanzaba era una pequeña victoria.
Después de sacar algunas fotografías y volver a unirme al equipo, decidí optar por la elección civilizada y disfruté de veras del resto del porteo. Incluso soporté los arañazos y las magulladuras con una increíble facilidad al no darles más importancia de la que tenían: la de pequeñas heridas que se curarían pronto y que no tenían por qué suscitar ninguna reacción emocional desagradable como cólera, autocompasión o resentimiento, ni ninguna angustia por las muchas otras que tendría cuando acabásemos de transportar la canoa. Al contrario, me descubrí apreciando lo increíble que era mi cuerpo al curarse por sí solo sin que tuviera que darle instrucciones ni decidir nada.”. (Liedloff, 2006)
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Ahora, finalmente, llegamos al nuevo libro de Bernard DeKoven, A Playful Path (Un camino de diversión). Este libro es, al menos para mí, el mejor libro de autoayuda que haya leído.
Bernie —lo llamaré Bernie (que es como se llama a sí mismo), como si fuéramos amigos íntimos, aunque nunca nos hayamos conocido— es un maestro del juego. Se ha pasado al menos 45 años desarrollando juegos (juegos divertidos, no competitivos), coleccionándolos, enseñando a jugar a aquellos que lo habían olvidado, organizando eventos y, generalmente, poniendo su granito de arena para mejorar el nivel de diversión en el universo, o simplemente para hacer más consciente a la gente de ello.
Uno de sus libros anteriores, The Well-Played Game (El juego bien jugado), originalmente publicado en 1978, tiene todavía una gran demanda y fue republicado en 2013 por MIT Press. En A Playful Path nos ofrece su experiencia, su sabiduría y (especialmente) su capacidad lúdica para tratar de ayudarnos a todos nosotros, los que hemos elegido redescubrir nuestra capacidad de diversión innata.
Bernie nos invita a salir de nuestros caparazones endurecidos por la cultura para jugar como los humanos estamos destinados a hacerlo.
¿Dónde está tu camino de diversión?
En el comienzo del libro, Bernie escribe sobre el camino de diversión: “No es como una de esas sendas sobre las que lees, como una senda espiritual o algo para complacer a los religiosos. Es más como un camino en el que estar sin importar en qué senda te encuentres en ese momento: ya sabes, un camino lúdico. Estás caminando por una calle. Es la misma calle por la que has caminado antes. No es que tengas que encontrar una calle diferente. Sin embargo, esta vez, caminas de una forma un poco más lúdica. Pisas las grietas. Caminas alrededor de un árbol, dos veces. Saludas a un pájaro”.
Bernie menciona aquí que no se trata de una senda espiritual; sin embargo, más tarde habla sobre ella como si, de alguna forma, lo fuese. Yo creo que sí es una senda espiritual; una senda espiritual en la que puedo creer, una senda espiritual que me levanta el espíritu como ninguna otra. Creo que lo que Bernie quiere decir cuando afirma que no es una senda espiritual es que se trata de algo que no tenemos que buscar o trabajar duro si queremos obtenerlo. No tenemos que cambiar de rumbo. Todo lo que tenemos que hacer es dejar que nuestra capacidad lúdica innata aparezca. Dejar que salga a la luz; no forzarla.
Según Bernie: “Por tanto, cuando hablo y escribo sobre A Playful Path, no estoy hablando ni escribiendo sobre cómo podemos o deberíamos volvernos lúdicos, porque ya lo somos. Tampoco sobre cómo podemos volvernos más divertidos porque nuestra capacidad de jugar es inmensa. Estoy hablando, más bien, de confiar en nuestra capacidad lúdica, creer en ella, tener fe en ella, dejarnos guiar por ella, porque nuestra capacidad de jugar nos conducirá a la vida propiamente dicha. Toda la vida. Tanta vida como podamos dejar entrar. Al abrazo de toda la vida que se pueda abrazar. A la alegría, sí”.
Bernie sugiere que comencemos simplemente por darnos cuenta de los juegos y la diversión que hay a nuestro alrededor (y los que ya están presente en nosotros) y que nos permitamos a expermientarla.
El libro está repleto de juegos y técnicas que pueden ayudarnos a apreciar nuestra capacidad lúdica (donde “apreciar” no solo significa disfrutar, sino también crecer), pero esto no quiere decir que tengamos que utilizar esos juegos o técnicas. Bernie simplemente nos da ideas, de una forma que casi nos lleva a pensar de forma automática que ya somos lúdicos y cómo podemos dejar que surja más capacidad lúdica de nuestro interior.
Bernie escribe: “No tienes que jugar a ser divertido. No necesitas juguetes o juegos o disfraces o libros de chistes. Pero tienes que abrirte, ser vulnerable, dejarte llevar… La capacidad lúdica consiste precisamente en ser vulnerable, receptivo, tierno con las circunstancias… Estás relajado. Receptivo. Estás presente. Tienes que estar presente para disfrutar de la puesta de sol, para deleitarte a la luz del deleite de tu hijo porque, de lo contrario, simplemente no estás ahí para atraparlo. Pasa por ti como si no estuvieses ni siquiera allí”.
¿Por qué olvidamos cómo jugar?
Todos nacemos para ser alegres, para seguir una senda lúdica, pero la mayoría de nosotros, en nuestra cultura, perdemos la pista de la diversión por el camino.
¿Por qué es así?
Según Bernie: “Se nos ha enseñado a no fiarnos del juego. Peor aun, se nos ha enseñado que no somos y no deberíamos ser lúdicos. Se nos ha enseñado que jugar es pueril, inmaduro, destructivo. Nos lo ha enseñado gente que ha perdido la senda, a la que también le ha enseñado gente que creía que la diversión era pecado, ¿puedes creerlo? . Les enseñó gente que ha heredado una cultura rota en la que el sentido común ha sido reemplazado por la falta de sentido común. Les han enseñado que si trabajamos lo suficientemente duro, y durante el tiempo suficiente, y vivimos una vida lo suficientemente aburrida, seremos recompensados, cuando en realidad la diversión es la recompensa”.
Bernie sugiere que esta enseñanza comienza con gran fuerza en primero de primaria (aunque yo añadiría que quizás ahora comienza en infantil o en la guardería). El autor escribe, quizás exagerando un poco: “Para la mayoría de nosotros, la última vez que ejercitamos muestra capacidad de generar diversión fue más o menos al final de nuestra primera semana en primero de primaria”.
Lo que debería ser el colegio
El colegio tiene una gran parte de culpa de que hayamos perdido nuestra capacidad de jugar. Bernie nos pide que imaginemos con él cómo podría ser diferente el colegio, cómo podría ser lo que él llama “el colegio de divertido”. En sus propias palabras:
“Este lugar que estamos imaginando probablemente no tenga cursos; no hay infantil, primaria y secundaria, estudiantes de primer año de carrera ni de máster, no hay sobresalientes ni insuficientes, no hay suspensos ni magna cum laude. Niños, estudiantes de todas las edades se pueden ver juntos, hablando, pintando, construyendo, leyendo, escribiendo, experimentando e incluso jugando. No hay profesores sino personas que han encontrado profundidad, una diversión profunda en hacer lo que sea que hagan: artistas, científicos, matemáticos, curanderos, pensadores, todos conducidos a su posición social en la vida por la diversión que encuentran en su trabajo”.
“Atrevámonos a imaginar que todo el colegio ni siquiera tiene que ver con aprender, sino divertirse. Ni siquiera con los juegos, o jugar, o el arte. Y si existe algún componente lectivo en todo esto, es el de divertirse, encontrar diversión, crear diversión, descubrir diversión. Tiene que ver con descubrir qué es realmente divertido para ti; realmente, realmente divertido. Y luego descubrir qué es realmente divertido para otras personas. Y luego descubrir qué es realmente divertido para ti y para las personas que te rodean.
“Supón que el equivalente más cercano a una clase de matemáticas que puedes encontrar es una conversación que tienes con alguien a quien le encantan las matemáticas, que invierte todo el tiempo que puede en jugar con números y teorías de los números y, vale, entonces quizás esta persona tenga un Premio Nobel en, ¿qué?,¿topología? En cambio, se dedica a eso por diversión, completamente. Y cuando hablas con ella sobre matemáticas, habla contigo sobre la diversión de las matemáticas.
“Y las personas con las que practicas arte, con las que lees literatura, con las que exploras la danza y la ciencia, y los políticos y, bueno, entiendes el panorama. Todo por diversión.
“Creo que ese sería un lugar en el que se aprendería mucho. Mucho más de lo que supuestamente se aprende en nuestras instituciones acreditadas de enseñanza. Creo que este tipo de aprendizaje sería mucho más profundo que los temas o disciplinas con los que la gente juega. Creo que el aprendizaje sería sobre nosotros mismos, tanto como lo sería sobre el mundo; sobre cada uno, tanto como sobre una rama de estudio. Creo que sería un lugar donde se inventaría mucho, se inventarían nuevas ramas de estudio, nuevas formas de enseñar, aprender y compartir, nuevas sendas para jugar, nuevas definiciones de lo que significa convertirse en un ser humano totalmente operativo”.
Diversión = Libertad
El último capitulo del libro de Bernie se titula “Diversión”. La pregunta que él plantea aquí es qué es lo que experimentamos cuando nos divertimos. Me gusta esta respuesta provisional. Sugiere que, quizás, lo que experimentamos es el sentimiento de libertad.
En sus palabras:
“Quizás, me pregunto, quizás es la libertad propiamente dicha la que es divertido. Como personas sentadas en la calle, jugando juntas al dominó después de una inundación, simplemente porque pueden, simplemente porque los libera un poco de las vicisitudes de todo esto. No es solamente que tú tengas la habilidad de liberarte a ti mismo de esta forma, lo cual es suficientemente satisfactorio y asombroso…, Sino quizás se debe a que la libertad propiamente dicha es diversión. Quizás la diversión propiamente dicha es libertad. Quizás por eso es tan divertido ver a los niños jugar. Quizás por eso pensamos que los niños se lo están pasando muy bien. En este sentido como los cachorros. Porque parecen tan libres de miedo, preocupación, hambre o enfermedad. O las jóvenes gacelas saltando como lo hacen, que parecen liberadas de la gravedad. Quizás sea la libertad”.
Cuando jugamos juntos, somos libres juntos, y eso multiplica nuestra libertad y diversión. Bernie lo llama “coliberación”. Me gusta eso. La colaboración, en el juego, es coliberación.
Salvaje, loco y profundo
Si lees el libro de Bernie, lo cual debes hacer, no te saltes la última parte. Se titula “Apéndice”, pero no es como un apéndice normal. En el apéndice de Bernie, el libro se vuelve salvaje y especialmente divertido, ya que habla sobre los múltiples juguetes y compañeros de juegos que están dentro de nuestras cabezas, en pequeñas secciones con títulos como “Tu balancín interior”, “Tu arenero interior”, “Jugar al escondite con Dios de forma seria y estúpida”, “Conoce la picardía de forma seria y estúpida”, “Aprende a dar una patada a la lata de forma amable”, y “Tonto juega a crecer”.
Hay un compañero que está con Bernie durante todo el libro, una entidad espiritual a la que se refiere como “el Oaqui”. Me encanta el hecho de que este “dios del juego” tenga un nombre que se pronuncia “wacky” (alocado en inglés). La capacidad lúdica está vinculada a la humildad y nunca se la puede tomar, ni tampoco a su dios, demasiado en serio. Cada parte principal del libro comienza con una cita del Oaqui. Terminaré, ahora, con algunas de ellas:
“Una senda lúdica es el camino más corto hacia la felicidad“.
”Es más sencillo cambiar el juego que cambiar a las personas que juegan”.
“…por la verdad que te hará reír”.
”No te preguntes qué es lo que hace la diversión por ti. Pregúntate en su lugar qué haces tú por la diversión”.
“El juego consiste en cómo la mente se preocupa y el alma vuela”.
Y aquí está mi dicho favorito de Oaqui: “Al principio era diversión. Al final, todo fue por diversión. Y lo que hay en medio es lo que más gracia nos hace”.
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Peter Gray es un profesor investigador en Boston College y autor del recién publicado libro Free to Learn, www.freetolearnbook.com, (Basic Books) y Pyschology (un libro de texto, ahora en su sexta edición).
Artículo traducido por Carolina Casal Funcasta.
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Rosana Maine dice
muy bonito, a veces hay que probar cosas nuevas para descubrir que cosas te gustan y quieres hacer para divertirte.
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