La psicología detrás de las interacciones en las redes sociales.
Publicado en inglés el 29 de agosto de 2014 en Behind Online Behavior, escrito por la Dra. Liraz Margalit.
Llegas a casa tras una larga jornada de trabajo en la oficina donde has estado casi todo el día delante del ordenador, te quitas los zapatos, te preparas algo de beber e, irónicamente, te sientas frente al ordenador otra vez.
Es increíble que muchos de nosotros decidamos comunicarnos con los demás a través de redes sociales como Facebook o Twitter en vez de hablar directamente con las personas que tenemos directamente al rededor. De hecho, cuando nos sentamos al ordenador y chateamos con los amigos, nos sentimos relajados y tenemos la sensación de escapar de la monotonía diaria entrando en el mundo digital.
¿Por qué ocurre esto? ¿Por qué suele ser más fácil comunicarnos mediante el ordenador en lugar de hacerlo en persona?
Interacción social, teoría de la mente y participación emocional
El juego del ultimátum es un método conocido para estudiar las implicaciones psicológicas de las interacciones sociales. En este juego, una persona debe repartir un recurso entre él mismo y otra persona (el receptor). Normalmente, el recurso consiste en una cantidad de dinero, y el que reparte es libre de elegir cómo lo va a hacer.
El receptor puede aceptar la oferta del que reparte, en cuyo caso el dinero se divide según lo acordado, o rechazar la oferta. Si rechaza la oferta, ninguno de los dos jugadores obtiene nada.
En uno de los artículos más citados del ámbito de la economía del comportamiento, Sanfey y otros (2003) analizaron los procesos cerebrales responsables de las respuestas del receptor ante una oferta «injusta» (en la que el divisor ofrece un 30% o menos). Se descubrió que cuando era una persona quien realizaba una oferta demasiado desigual, el receptor la rechazaba con una probabilidad mucho mayor que cuando esta misma oferta desigual venía realizada por un ordenador.
Esto sugiere que los participantes sentían una reacción emocional más fuerte ante ofertas «injustas» realizadas por personas que ante las mismas ofertas ofrecidas por un ordenador. Estos hallazgos fueron corroborados por los resultados de escaners.
La activación de zonas cerebrales que también están activas cuando experimentamos estados de ánimo negativos como el dolor o la angustia fue mucho mayor cuando las ofertas desiguales venían propuestas por personas, en lugar de ordenadores.
Parece ser que, al contrario de lo que ocurre cuando interactuamos con ordenadores, la interacción social sí activa de forma consistente un conjunto de zonas cerebrales. Estas regiones se encargan de interpretar lo que ocurre en las mentes de otras personas.
Una de las características distintivas del conocimiento social humano, es nuestra tendencia a construir modelos para explicar lo que ocurre en otras mentes, lo cual nos ayuda a inferir el estado mental de los demás.
Cuando interactuamos con otras personas, automáticamente hacemos inferencias sobre estas sin ser conscientes de ello. No podemos evitar preguntarnos en qué estarán pensando, qué significan sus expresiones faciales, cuáles son sus intenciones, etc. Esta predisposición es lo que hace que las interacciones sociales sean tan complejas.
Este hecho sugiere que interactuar con personas requiere una mayor participación emocional y por tanto, más esfuerzo cognitivo, que interactuar con un ordenador (Rilling, Sanfey, Aronson, Nymstrom y Cohen, 2004). El estudio también muestra una diferencia en la fuerza de activación de nuestros cerebros según si se trata de una reacción ante actuaciones de personas o de ordenadores.
Esto se debe a que cuando interactuamos con otras personas, no podemos controlar el nivel de implicación emocional al que llegamos en el proceso de la interacción. La activación de las áreas específicas del cerebro se produce de forma automática una vez que nuestro «radar mental» detecta a otra persona.
Así pues, aunque no sepamos por qué a menudo nos resulta más fácil interactuar con un ordenador (especialmente cuando estamos cansados o agotados) la conclusión es clara:
Los ordenadores no son capaces de despertar la misma reacción emocional o cognitiva, lo que hace que nuestra interacción con estos sea mucho más sencilla y cómoda.
¿Por qué es la comunicación a través de webs dirigidas a socializar mucho más sencilla que la comunicación directa?
Algunos estudios han mostrado que las interacciones del día a día se basan casi completamente en comunicación no verbal.
Cuando interactuamos con otras personas, estamos constantemente procesando señales no verbales como expresiones faciales, tono de voz, gestos, lenguaje corporal, contacto visual, e incluso la distancia física entre nosotros mismos y ellos.
Estas señales no verbales son el alma de las interacciones. No podemos entender el significado de una interacción si no tenemos la habilidad de interpretar estas señales no verbales (como ocurre en el caso del autismo).
Estas señales nos permiten deducir las intenciones de la otra persona, así como saber hasta qué punto están participando en la conversación, si está relajada o estresada, si se siente atraída por nosotros, etc.
Estos mensajes existen en cualquier tipo de interacción directa, incluso en aquellas que no implican una conversación activa. Las señales no verbales añaden un mayor nivel de profundidad a la interacción, pero requieren de un esfuerzo cognitivo y emocional.
En las interacciones online, no nos encontramos con el esfuerzo que implican las interacciones físicas. Cuando nos comunicamos vía internet usamos únicamente señales como los emoticonos o signos de puntuación. De este modo, es más sencillo ocultar nuestras emociones en un correo electrónico, una publicación de Facebook o un tuit.
Estas plataformas ayudan a las personas a proyectar la imagen de sí mismos que desean. Pueden ser quien quieran y lo que quieran ser. Sin la posibilidad de recibir señales no verbales, su público no podrá saber la verdad sobre éstas personas.
La interacción directa se considera una forma «sincronizada» de comunicación: Una persona permanece en silencio mientras otra habla, una asiente mientras la otra explica, uno sabe que el otro no ha terminado de hablar aunque haya un silencio; sabemos cuando nuestro interlocutor está procesando información.
Un comportamiento sincronizado online es imposible, ya que no podemos ver a la otra persona. Si una persona pregunta «¿estás ahí?» en una plataforma de mensajería instantánea y no recibe una respuesta inmediata, no tiene forma de determinar si la otra persona no ha respondido porque no está ahí, porque no le apetece hablar en ese momento o porque está enfadada con el locutor.
En este tipo de comunicación «no sincronizada», la interacción no necesita ser coordinada porque el comportamiento no depende de la retroalimentación de la otra persona.
En las interacciones online, las personas están mucho más relajadas porque no necesitan prestar atención a las señales de uno y otro. Dado que no existe una retroalimentación verbal y no verbal inmediata, tampoco es necesario estar constantemente pendiente de las respuestas de la otra persona.
Esto hace que la interacción sea mucho menos costosa y nos permite hacer otras cosas a la vez; por ejemplo, navegar por otras internet o comunicarnos con otras personas a la vez sin ofender a nadie.
Está bien documentado que observar a otros en un estado de ánimo particular automáticamente provoca que el observador empatice con dicho estado de ánimo (Dimberg y Thunberg, 1998).
Así, si vemos que una persona está triste, también nosotros sentiremos tristeza. Se cree que este fenómeno mejora nuestra habilidad para entender la interacción social; compartir los estados emocionales de otros, facilita nuestro entendimiento y predicción de sus intenciones y acciones porque las emociones hacen que los individuos sientan, actúen y vean el mundo de forma similar (Hatfield, Cacioppo, Rapson, 1994).
En contraste, las interacciones online no presentan emociones.
Un ejemplo trágico es el de una madre, Sharon Seline, que a menudo intercambiaba mensajes de texto con su hija que estaba estudiando fuera en la universidad. Una tarde estaban intercambiando mensajes: la madre preguntaba cómo le iban las cosas, a lo que la hija respondía con declaraciones positivas seguidas de emoticonos de sonrisas y corazones. Esa misma noche, la hija intentó suicidarse. Los signos de depresión estaban ahí, pero solo podrían haberse interpretado en una comunicación directa.
Las redes sociales facilitan una forma virtual de interacción. El término «virtual» se utiliza para describir cosas que no son reales, pero que muestran cualidades de lo real.
Cuando jugamos a un juego bélico en el ordenador, por ejemplo, podemos experimentar emoción, frustración y tensión, pero nunca podremos ser heridos. De hecho, los creadores de juegos virtuales bélicos sostienen que la experiencia virtual es mejor que la real, porque se eliminan los daños asociados a la experiencia real.
Del mismo modo, las interacciones a través de redes sociales hace que los usuarios del internet sientan una conexión entre ellos, sin las dificultades y complejidades que encuentran en una interacción directa.
Si comparamos la interacción con los ordenadores y la interacción con personas, vemos claramente que las segundas requieren de mayor implicación emocional, esfuerzo cognitivo y activación cerebral.
Cuando no nos apetece activar estos recursos, demasiado a menudo elegimos la opción fácil, la opción virtual.
Artículo original: https://www.psychologytoday.com/blog/behind-online-behavior/201408/the-psychology-behind-social-media-interactions
Traducido por Julia García Boyd, revisado por Adrián Perez.
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