El gran peligro de no jugar a juegos peligrosos.
Publicado el 7 de abril de 2014 por Peter Gray en Freedom to Learn.
Pensaréis que el miedo es una experiencia negativa que se debe evitar siempre y cuando sea posible, sin embargo, y como sabréis todos los que tenéis un niño o lo hayáis sido alguna vez, a los más jóvenes les encanta jugar y arriesgarse; se combina el placer de la libertad con la medida justa de temor, dando lugar a una estimulante mezcla conocida como emoción.
Seis categorías de juegos peligrosos
Ellen Sandseter, profesora de la Universidad de Queen Maud en Trondheim, Noruega, ha identificado seis categorías de peligros que parecen atraer a los más jóvenes durante sus juegos[1]:
- Alturas. Los niños se suben a árboles y a otras estructuras de imponentes alturas desde las cuales consiguen ver el mundo como un pájaro y, además, obtienen esa sensación excitante de ¡Lo he conseguido!.
- Altas velocidades. Los más pequeños se balancean por árboles, cuerdas y zonas infantiles llenas de columpios; se montan en trineos, esquís, patinetas o toboganes propios de parques infantiles; descienden corrientes de agua subidos en troncos o barcos y se montan en bicicletas, monopatines y otros artilugios lo suficientemente rápidos como para causar la excitación que provoca estar a punto de perder el control.
- Herramientas peligrosas. Dependiendo de la cultura, hay menores que juegan con cuchillos, arcos y flechas, maquinaria para agricultura (donde se combina el juego con el trabajo) u otros instrumentos reconocidos por ser potencialmente peligrosos. Por supuesto, sienten una gran satisfacción al saber que se les da la confianza para portar esos artefactos, pero también sienten cierta emoción al manejarlos, sabiendo que un error podría causar daños.
- Elementos peligrosos. A los más jóvenes les encanta jugar con fuego o en aguas muy profundas, ya que ambos representan algún tipo de peligro.
- Juegos bruscos. Los niños se persiguen los unos a los otros por todas partes, simulan peleas y, normalmente, prefieren estar en la posición más vulnerable (el que es perseguido o el que va por debajo en la pelea), una posición que representa un riesgo mayor de hacerse daño y que requiere más habilidad para poder sobreponerse.
- Desaparecer/perderse. Los niños juegan al escondite y experimentan la emoción de separarse temerosa y momentáneamente de sus compañeros. Los que tienen algo más de edad, se aventuran por su cuenta, alejándose de los adultos y yendo a sitios nuevos para ellos, llenos de peligros imaginarios y con el peligro de perderse.
El valor evolutivo de jugar peligrosamente
Existen otros mamíferos que, siendo jóvenes, disfrutan con juegos peligrosos [2]. Los cabritos juguetean en pronunciadas pendientes saltando torpemente de manera que aterrizar sin caer es más difícil. Las crías de monos se balancean dichosas de rama en rama por los árboles, situándose a alturas suficiente como para que una caída pudiera hacerles daño. Los chimpancés pequeños se divierten saltando desde ramas muy altas y agarrándose a las más bajas justo antes de llegar al suelo. Las crías de animales mamíferos de la mayoría de las especies, no solo la nuestra, pasan gran parte de su tiempo persiguiéndose las unas a las otras, jugando a pelearse y, generalmente, también prefieren las posiciones más vulnerables.
Desde una perspectiva evolutiva, la cuestión evidente acerca de los juegos peligrosos es: ¿por qué existen? Pueden provocar lesiones (aunque las lesiones graves son muy poco frecuentes) e incluso (muy raramente) la muerte, entonces ¿por qué la selección natural no los ha eliminado por completo? El hecho de que no los ha eliminado es prueba de que los beneficios son mayores que el perjuicio. Pero, ¿qué se entiende por beneficios? Estudios con animales de laboratorio nos han dado algunas pistas.
Grupos de investigadores han elaborado formas de impedir el juego a las crías de ratas, durante una fase crucial de su crecimiento, sin privarles, eso sí, de otras experiencias sociales. Las crías crecieron con deficiencias a nivel emocional.[3, 4] Cuando se las expuso a un nuevo ambiente, interactuaron con miedo y fracasaron al intentar adaptarse y explorar, al contrario de como lo haría una rata normal. Cuando las colocaron con una cría desconocida, alternaban su comportamiento entre quedarse paralizadas por el miedo o arremeter agresivamente contra la otra cría de manera inapropiada e ineficaz. Los experimentos anteriores con crías de monos, también privadas del juego, mostraron resultados similares (aunque el control en estos experimentos no fue tan efectivo como el que se ejerció en los experimentos posteriores con ratas).
Tales resultados han contribuido a la «teoría del control de la emoción en el juego» (emotion regulation theory of play, en inglés), una teoría en la que una de las funciones más importantes del juego es enseñar a las crías de mamíferos cómo regular el miedo y la ira [4]. En los juegos peligrosos, los pequeños se dosifican pequeñas cantidades de miedo y practican cómo no perder la cabeza y cómo comportarse según las circunstancias mientras experimentan esa sensación de temor. Así aprenden que pueden controlar el miedo, sobreponerse y salir airosos. En los juegos bruscos, pueden experimentar la ira, ya que uno puede dañar al otro accidentalmente, pero para seguir jugando, divirtiéndose, deben sobreponerse a esa ira. Si se atacan agresivamente, el juego se da por terminado. Por lo tanto, según la teoría del control de la emoción, jugar es, entre otras cosas, la forma en la que las crías de mamíferos aprenden a controlar su miedo e ira para poder enfrentarse a los peligros de la vida real y convivir junto a otros seres sin dejarse llevar por las emociones negativas.
Las consecuencias perjudiciales de privar del juego en nuestra cultura actual
A partir de esta investigación, Sandseter[1] escribió en 2011 un artículo en la revista Evolutionary Psychology. “Podemos observar un creciente neurotismo o psicopatología en la sociedad cuando se intenta evitar que los niños tomen parte (siempre según la edad) de juegos peligrosos». Sandseter escribió esto como si fuera una predicción, pero revisando datos extraídos del libro Free to Learn y de otras fuentes[5], vemos que este futuro ya está aquí y que, de hecho, ya lleva con nosotros un tiempo.
En resumen, la prueba de este hecho es que a lo largo de los últimos 60 años hemos sido testigos, en nuestra cultura, de un declive continuo, gradual y notable de las oportunidades de los niños para jugar libremente (sin control de ningún adulto) y, sobre todo, de sus oportunidades para jugar de manera peligrosa. En estos mismos 60 años, también hemos presenciado un aumento continuo, gradual, pero, en última instancia, muy notable en todos los tipos de trastornos mentales infantiles, especialmente los trastornos emocionales.
Revisando de nuevo las seis categorías de juegos peligrosos, vemos que en la década de los cincuenta, los niños pequeños jugaban a todos estos juegos y los adultos, por su parte, esperaban que así fuera y los permitían (incluso cuando no se sentían del todo cómodos con ello). Ahora, los padres que permitieran estos juegos, serían probablemente acusados de negligencia por sus vecinos o incluso por las autoridades.
He aquí (en forma de paréntesis nostálgico, lo admito) algunos ejemplos de los juegos a los que jugaba cuando era niño, en la década de los cincuenta:
- A los 5 años, paseaba en bicicleta con mi amigo de 6 años por el pueblo donde vivíamos y en el campo circundante. Nuestros padres nos decían la hora que teníamos que volver, pero no nos restringían las zonas por donde podíamos ir. Además, por supuesto, en aquella época no teníamos teléfonos móviles y no podíamos contactar con nadie en caso de perdernos o hacernos daño.
- A partir de los 6 años, los demás chicos que conocía y yo, llevábamos una navaja. No la usábamos solo para hacer tallas, sino también para otros juegos basados en lanzar cuchillos (aunque nunca nos los lanzábamos entre nosotros).
- A los 8 años, me recuerdo a mí y a mis amigos en los intervalos o recreos haciendo lucha libre en la nieve o en el césped, en una pendiente cerca del colegio. Hacíamos torneos y ningún profesor o adulto prestaba mucha atención a nuestras luchas o, si lo hacían, nunca interferían.
- Con10 y 11 años, mis amigos y yo nos pasábamos todo el día patinando y esquiando en el lago de 5 millas (8 kilómetros, aproximadamente) que bordeaba nuestro pueblo al norte de Minnesota. Hacíamos partidos y alguna vez, parábamos en las pequeñas islas para hacer fuego y calentarnos, ya que jugábamos a ser exploradores valientes.
- También con 10 y 11 años, me permitieron manejar la peligrosa y grandiosa máquina «aplasta-manos» de la imprenta donde trabajaban mis padres. De hecho, a menudo dejaba de ir los jueves a clase para imprimir el periódico semanal de la ciudad. Los profesores y el director nunca se quejaron, al menos que yo sepa. Creo que sabían que yo estaba aprendiendo lecciones más importantes en la imprenta que las que habría recibido en el colegio.
Este tipo de comportamiento no era raro en la década de los 50. Mis padres quizás fueran un poco más confiados y tolerantes que la mayoría de padres, pero no por mucho. ¿Hasta qué punto sería esto aceptable para la mayoría de padres y adultos de hoy en día? A continuación, se muestra una prueba de cuánto hemos cambiado. En un reciente estudio, realizado con aproximadamente mil padres del Reino Unido, un 43% opinó que los niños menores a 14 años no deberían salir sin la supervisión de un adulto y la mitad de esos padres manifestó que no se debería dejar salir a jóvenes sin supervisión… ¡hasta los 16 años![6]. Calculo que se podría obtener unos resultados similares si esta encuesta se llevara a cabo en EE.UU. Las aventuras que antes eran cotidianas para los niños de 6 años, no estarían permitidas para muchos adolescentes de la sociedad actual.
Como ya he mencionado, en el mismo período en el que podíamos ver un fuerte descenso en la libertad de la que disfrutaban los niños a la hora de jugar, especialmente en la libertad para asumir riesgos, presenciamos un aumento notable en todo tipo de trastornos mentales infantiles. La mejor prueba de esto procede de los análisis de las puntuaciones en cuestionarios de evaluación clínica, que se han mostrado de manera idéntica en grupos afines de niños y adolescentes a lo largo de décadas[5]. Estos análisis revelan que los menores, sujetos a los estándares actuales, sufren entre cinco y ocho veces más de ansiedad y depresión que los jóvenes que vivían en la década de los cincuenta.
Del mismo modo, gradual y continuo, que se ha venido reduciendo la libertad de los niños para arriesgarse, también han aumentado las psicopatologías infantiles.
Esta revelación es tan trágica como irónica. Privamos a los menores de la libertad de arriesgarse jugando, con el fin de protegerles del peligro, pero, al final, lo que conseguimos es que sufran trastornos mentales. Los niños, por naturaleza, están diseñados para adquirir por sí mismos resistencia emocional mediante juegos arriesgados y emocionantes. A largo plazo, impidiendoles jugar de esa forma les exponemos a mayores riesgos que permitiéndolo. Además, así les privamos de su diversión.
Para que el juego sea seguro, debe ser libre, no forzado, ni dirigido o promovido por adultos.
A los niños les encanta jugar de forma arriesgada, pero también son muy buenos en reconocer sus propias capacidades y evitar tomar riesgos para los que no están preparados física o mentalmente. Nuestros hijos saben mucho mejor que nosotros que cosas pueden hacer. Cuando los adultos presionan o animan a los niños a arriesgarse con juegos para los que ellos no están preparados, el resultado puede ser un trauma y no un estímulo. Existen grandes diferencias entre los menores, también en los del mismo grupo de edad, de tamaño o fuerza. Lo que es emocionante para uno, es traumático para otro. Cuando los profesores de educación física reúnen a todos los niños de la clase para escalar una cuerda o un poste hasta el techo, algunos niños (los que piensan que el reto es demasiado grande) experimentan el trauma y la vergüenza. En lugar de ayudarles a aprender a escalar y hacer que experimenten las alturas, esta vivencia hace que ellos se distancien para siempre de ese tipo de aventura. Los niños saben cómo dosificarse a sí mismos con la cantidad justa de miedo y para que lo logren, deben estar a cargo de sus propios juegos.
[Valga como apunte: existe un porcentaje relativamente bajo de niños que son propensos a sobrestimar sus habilidades y hacerse daño de forma repetida jugando de forma arriesgada. Es probable que estos niños necesiten ayuda para aprender a moderarse a sí mismos.]
Un hecho irónico es que los niños tienen muchas más probabilidades de lesionarse en deportes dirigidos por adultos que en los juegos que ellos eligen y dirigen libremente. La razón de esto es que los estímulos y la naturaleza competitiva de los adultos hace que los niños tomen riesgos (dañándose a sí mismos o a otros) que ellos no tomarían jugando libremente. También es debido a que, en estos deportes, se les anima a especializarse y, por ello, a usar excesivamente músculos y articulaciones específicas. De acuerdo a los últimos datos de los centros de control y prevención de enfermedades de EE.UU., al año, más de 3,5 millones de niños menores de 14 años reciben tratamiento médico para curar lesiones deportivas. Es decir, cerca de 1 de cada 7 niños que practican deportes sufren lesiones.
La medicina deportiva infantil se ha convertido en un gran negocio gracias a los adultos que animan a jóvenes lanzadores de béisbol a tirar tan fuerte la pelota que, a menudo, se hacen daño en el codo; gracias a los que animan a los pequeños jugadores del fútbol americano a golpearse tan fuerte que sufren conmociones cerebrales; gracias a aquellos que animan a jóvenes nadadores a entrenar mucho tiempo y con mucha intensidad, lo que provoca lesiones en los hombros que les lleva a necesitar intervenciones quirúrgicas. Los niños que juegan por diversión, muy raramente se quedan con un solo juego (les gusta la variedad en sus pasatiempos) y cuando sienten algún dolor, dejan de jugar o cambian la forma de hacerlo. Además, como lo hacen para divertirse, tienen cuidado de no dañar a sus compañeros. Los adultos, que buscan ganar y esperan que, quizá, sus hijos consigan becas, sortean los medios que pone la naturaleza para prevenir que los niños se hagan daño[7].
Así que, impedimos que los niños jueguen a juegos emocionantes y elegidos por ellos mismos, creyendo que son peligrosos cuando, en realidad, no son tan peligrosos y, además, cuentan con más beneficios que peligros. Luego, los animamos a que se especialicen en un deporte competitivo donde los riesgos de lesionarse sí que son muy grandes. Quizás sea hora de revisar nuestras prioridades.
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Para más información acerca de las necesidades de los niños de jugar libremente, consulte el libro, en inglés, titulado Free to Learn.
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Referencias
[1] Sandseter, E. (2011). Children’s risky play from an evolutionary perspective. Evolutionary Psychology, 9, 257-284.
[2] Spinke, M., Newberry, R., & Bekoff, M. (2001). Mammalian play: Training for the unexpected. The Quarterly Review of Biology, 76, 141-168.
[3] e.g. Pellis,S., & Pellis, V. (2011). Rough and tumble play: Training and using the social brain. In A. D. Pelligrini (Ed.), The Oxford handbook of the development of play, 245-259. Oxford University Press.
[4] LaFreniere, P. (2011). Evolutionary functions of social play: Life histories, sex differences, and emotion regulation. American Journal of Play, 3, 464-488.
[5] Gray, P. (2011). The decline of play and the rise of psychopathology in childhood and adolescence. American Journal of Play, 3, 443–463.
[6] Recogido en Burssoni, M., Olsen, L., Pike, I., & Sleet, D. (2012). Risky play and children’s safety: Balancing priorities for optimal development. International Journal of Environmental Research and Public Health, 9, 3134-3148.
[7] Una excelente referencia acerca de los perjuicios que los adultos causan a los niños que practican deportes es el libro, en inglés, de Mark Hyman titulado Until It Hurts.
Este artículo ha sido traducido por Fabio Quesada Martins. Revisión por Adrián Pérez.
Artículo original: www.psychologytoday.com/blog/freedom-learn/201404/risky-play-why-children-love-it-and-need-it
Zoila Luz dice
Hay mucho de cierto, sobre los juegos peligroso. Es una forma de preparar a los infantes sobre los golpes en la vida, y seguir hacia adelante. Muchas gracias por la información.