Por qué la madre naturaleza lleva a nuestros niños a jugar de formas que inquietan a los padres
Publicado el 21 de junio de 2012 en Freedom to Learn, escrito por Peter Gray .
Durante el juego, los niños ponen en práctica muchas habilidades que resultan cruciales para un desarrollo saludable: Adquieren y practican habilidades manuales y físicas, intelectuales y sociales, así como también habilidades emocionales.
Jugando, los niños aprenden cómo controlar su miedo y su rabia y, por tanto, cómo controlar sus emociones en situaciones peligrosas de la vida real.
A los niños les encanta jugar a juegos con emociones fuertes. Los pequeños adoran que los lancen al aire o que los adultos los balanceen de un lado a otro (siempre y cuando sean los propios niños los que decidan la altura de los lanzamientos o la fuerza de los balanceos). También les encanta que un «monstruo» les persiga.
Cuando ya han crecido un poco, los niños disfrutan también con volteretas, piruetas, giros y otras clases de saltos, así como deslizándose por un tobogán, columpiándose bien alto y jugando con el balancín en los parques. Subirse a los árboles o trepar por los edificios, tirarse al agua o a un banco de nieve, montar en monopatín, bicis, patines, esquíes y otros vehículos veloces… todas estas son actividades que encantan a los niños.
Niños de todas las edades parecen intuir cuáles son sus límites en estos juegos. Normalmente empiezan a alturas bajas o con velocidades lentas y poco a poco van aumentándolas. Toman riesgos con moderación. La alegría de jugar combinada con un poco de miedo les lleva a vivir esa exquisita sensación de lo emocionante. En cambio, si les lanzan demasiado alto, caen demasiado lejos o se mueven demasiado rápido, ya no les parecerá emocionante, sino terrorífico.
La madre naturaleza ha diseñado a nuestros niños para todos estos «peligrosos» juegos porque sabe que así no sólo adquieren las habilidades físicas que necesitarán para las emergencias, sino también las habilidades emocionales. Cuando juegan, los niños controlan las dosis de emoción que pueden tolerar antes de llegar a un nivel que les dejaría paralizados de miedo. Así aprenden a controlar el miedo y a sobreponerse a sus efectos paralizantes. Aprenden que el miedo es normal y sano, y que pueden controlarlo si se esfuerzan. De esta manera, crecen aprendiendo a manejar su miedo en vez de sucumbir ante él.
Cuando juegan libremente, los niños también suelen jugar más agresivamente. Juegan a luchar, se burlan y bromean entre ellos. Esto no es una forma de abusar de nadie, al contrario. Los mejores amigos juegan de este modo.
A pesar de ello, los juegos de lucha suelen dar algo de miedo, y tanto los juegos de lucha como las burlas pueden causar enfados momentáneos. Los niños, sobre todo los chicos, juegan así porque la madre naturaleza sabe que tienen que aprender a controlar, no sólo su miedo, sino también su rabia. Jugando, expresan enfado dentro de los límites que pueden controlar. Esta clase de juegos «agresivos» pueden darse solamente entre buenos amigos, amigos que confían el uno en el otro, y saben que, al fin y al cabo, las peleas y las burlas son por diversión y no para causarse ningún daño.
Cuando juegan, los niños pueden meterse en auténticas peleas, combinadas con auténtica rabia, que detienen el juego y deben resolverse antes de continuar. Aprenden a controlar la ira dentro del juego porque quieren seguir jugando y porque saben que si pierden el control, les da una pataleta o comienzan una verdadera pelea, el juego habrá acabado.
En nuestra vida cotidiana, a veces experimentamos situaciones que nos llevan a sentir ira. Por ello, resulta crucial que hayamos aprendido de pequeños a regular nuestra ira, y que no nos lleve a perder el control y a comportarnos de manera que pueda dañarnos a nosotros mismos y a los demás.
Con sus juegos «agresivos», los niños practican y adquieren esta habilidad. Esto sólo puede ocurrir cuando juegan con entera libertad, sin ningún adulto supervisando. Cuando los adultos intentan «proteger» del peligro a los niños y resolver sus peleas, están impidiendo que los pequeños aprendan por sí mismos a protegerse, a resolver sus propias peleas y a regular sus emociones.
Juegos imaginarios emocionalmente intensos
Los niños pequeños, de menos de seis años, también practican la regulación emocional en sus juegos imaginarios. Representan temas que provocan emociones, especialmente miedo, enfado y tristeza. La investigadora alemana Gisela Wegener-Spöhring [1] ha documentando ampliamente este tema. Por ejemplo, describe la escena de un juego entre dos niñas que fingían ser hermanas cuyos padres habían muerto y habían sido abandonadas en el bosque, con los osos y otros animales salvajes. Para aliviar su miedo y angustia, se abrazaban y hablaban en secreto entre ellas, construían una cueva para protegerse y buscaban armas para defenderse en caso de que un oso entrara en la cueva.
En otra ocasión, Wegener-Spöhring observó el caso de un niño popular en su clase, al que sus compañeros ataron preso a una silla y azotaron con una correa de cuero. Los azotes parecían ser lo bastante fuertes como para causar algo de dolor, pero no más de lo que el niño podía aguantar.
Para el atento observador estaba claro que los niños estaban participando voluntariamente y que estaban absorbidos por un juego, en el que practicaban la resistencia al dolor, el control de su ira y la compasión. Los niños que daban los azotes a menudo paraban para consolar al otro con plátanos imaginarios y agua imaginaria. Compensaban la agresión del juego con compasión. Según Wegener-Spöhring, la única violencia real en el juego llegó cuando el profesor apareció de repente y lo detuvo, diciendo que el juego era demasiado agresivo.
Wegener-Spöhring comenta que interrumpir un juego sin razón es siempre un acto de violencia y tiende a producir una reacción violenta. Cuando el juego de los azotes fue interrumpido, los niños se enfadaron. Empezaron a tirar las sillas y otros objetos en acto de rebeldía.
Los efectos de impedir jugar a los animales
No es posible realizar experimentos sobre los efectos de la privación del juego en los niños. Un experimento en el cual se prohibiría jugar a un grupo de niños durante su etapa de desarrollo mientras que otro jugaría normalmente, y que serviría para observar las consecuencias.
Sin embargo, sí se ha experimentado con ratas y monos criados en laboratorios. Todos los mamíferos jóvenes, sean de la especie que sea, juegan de forma «arriesgada», al igual que los niños. Se persiguen los unos a los otros y juegan a luchar y, dependiendo de las especies, saltan, galopan, trepan, se revuelcan y se balancean de rama en rama de maneras que implican riesgos. Sin embargo, los cachorros de rata y mono en cautividad, solo juegan cuando tienen otros cachorros de su edad con los que jugar.
Los monos que se crían en cautividad y sólo tienen miembros adultos de su especie al rededor, crecen sin jugar, ya que los adultos no lo hacen. Cuando de adultos se hicieron pruebas a dichos monos, resultó que mostraban problemas emocionales [2]. Cuando se les mudaba a un lugar nuevo, algo que en un mono sano hubiera causado una cantidad moderada de miedo, se mostraban totalmente paralizados por el miedo, miedo que ni siquiera pasado un tiempo eran capaces de superar. Cuando se les ponía frente a otro miembro joven de su especie, se asustaban desmedidamente o reaccionaban con excesiva agresividad.
Por el contrario, monos de laboratorio que se habían criado en circunstancias similares, pero con compañeros de juego, sí eran capaces de modular sus emociones en las pruebas y adaptarse apropiadamente a condiciones que inicialmente podían parecer amenazantes.
Se han dado resultados similares con ratas [3]. En uno de estos experimentos, se permitía a algunos ejemplares de ratas jóvenes, a las que se les había privado de la compañía de sus semejantes, que, durante una hora al día, jugaran con una compañera. Al resto de los ejemplares, se les ponía en contacto con otra rata que había sido desprovista de su capacidad de jugar con una inyección de anfetaminas [4] (las anfetaminas, que es precisamente lo mismo que usamos para «tratar» la hiperactividad en los niños, les resta a las ratas jóvenes la capacidad de jugar sin quitarles otras habilidades sociales).
El resultado de estos experimentos fue que las ratas que habían jugado con una compañera se comportaban con mucha más normalidad cuando crecían que las que habían estado con una rata incapaz de jugar. Aparentemente, en el juego se producen interacciones cruciales entre las crías de las ratas para desarrollarse emocional y socialmente de forma normal. En otros experimentos, las crías a las que no se había permitido jugar mostraban patrones anormales en el desarrollo del cerebro. Sin juego, las vías neuronales que van desde las áreas frontales del cerebro, áreas que son crucial para controlar impulsos y emociones, no se desarrollaron con normalidad [5].
No hacemos experimentos con niños para ver qué pasa si no los dejamos jugar. Sin embargo, nuestra sociedad está, por otras razones, impidiéndoles jugar (para que estudien o para protegerlos del peligro). Como ya he señalado otras veces («El peligro de no jugar a juegos peligrosos» y » La intervención en el juego de los niños«), durante la última mitad de siglo hemos ido quitándoles a nuestros hijos cada vez más oportunidades de juego y durante el mismo periodo hemos visto aumentar drásticamente toda clase de desórdenes emocionales en nuestros hijos.
Hay quien piensa que es cruel privar a las crías de monos y ratas de su capacidad de jugar simplemente para ver qué pasa. Yo estoy de acuerdo. Pero, para y piensa un momento en lo que estamos haciéndole a nuestros hijos. ¡Y creemos que estamos haciéndolo por su bien!
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Referencias
[1] Wegener-Spöhring, G. (1994). «War toys and aggressive play scenes«. En J. H. Goldstein (Ed.), Toys, play, and child development (págs. 84-109). Cambridge, UK: Cambridge University Press
[2] Herman, K. N., Paukner, A., y Suomi, S. J. (2011). «Gene X environment interactions in social play: Contributions from Rhesus Macaques». En A. D. Pellgrini (Ed.), The Oxford handbook of the development of play (págs. 58-69. Oxford, UK: Oxford University Press.
[3] Pellis, S. M., Pellis, V. C. (2011). «Rough and tumble play: Training and using the social brain». En A. D. Pellgrini (Ed.), The Oxford handbook of the development of play (pp. 245-259). Oxford, UK: Oxford University Press. Also: Bell, H. C., Pellis, S. M., y Kolb, B. (2010). «Juvenile peer play experience and the development of the orbitofrontal and medial prefrontal cortex. Behavioral and Brain Research», 207, 7-13.
[4] Einon, D. F., Morgan, M. J., y Kibbler, C. C. (1978). «Brief periods of socialization and later behavior in the rat»..Developmental Psychobiology, 11, 231-225.Also: Hall, F. S. (1998). «Social deprivation of neonatal, adolescent, and adult rats has distinct neurochemical and behavioral consequences». Critical Reviews of Neurobiology, 12,129-162.
[5] Pellis&Pellis (2011).
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Peter Gray es doctor, profesor investigador en Boston College y autor del libro Free to Learn (Basic Books) y Pyschology (un libro de texto, ahora en su sexta edición).
Otros artículos de Peter Gray en inglés:
www.psychologytoday.com/blog/freedom-learn
Libro en inglés Free to Learn:
www.freetolearnbook.com
Artículo original en inglés: http://www.psychologytoday.com/blog/freedom-learn/201206/free-play-is-essential-normal-emotional-development
Traducción del inglés al castellano por Estrella García Zamora.
Telkom University dice
What role do play fighting and teasing play in learning emotional regulation?