Pautas para ayudar de verdad a los hijos, sin marearlos ni atosigarlos.
Publicado el 22 de enero de 2011 por Peter Gray en Freedom to Learn
Queremos a nuestros hijos. Queremos protegerlos. Queremos lo mejor para ellos. No queremos que cometan los mismos errores que nosotros cometimos. Hemos vivido más que ellos y sabemos cosas que ellos no saben. Por lo tanto, les ofrecemos consejos y ayuda que no nos han pedido y que no quieren, por lo que los rechazan o ignoran. Y así, lo que era un impulso positivo para ayudar se convierte en un enfrentamiento.
En algunos casos, nuestro impulso de ayudarlos nos lleva a convertirnos en unos auténticos plastas para nuestros hijos. Nos pegamos metafóricamente (y, a veces, literalmente) a ellos, intentando dirigirlos en cada cruce del camino e intentando evitar o, al menos, amortizar todas y cada una de sus caídas.
Algunos niños, por desgracia, caen en la tentación: dejan de pensar por sí mismos y empiezan a depender de los adultos para que dirijan todos sus movimientos y solucionen todos sus problemas. Pero muchos otros, afortunadamente, resisten. No aceptan el papel de marionetas. Prefieren cometer errores y asumir las consecuencias en vez de hacer simplemente lo que se les dice.
La Madre Naturaleza sabe que no podemos proteger a nuestros hijos de todas las caídas y peligros de nuestro mundo. No podemos perseguirlos durante toda su vida y tampoco podemos adivinar dónde se encuentran todos los desniveles del camino. Un camino en constante cambio, por lo que poco importa lo mucho que hayamos andado, ya que nunca terminamos de conocerlo. Los niños tienen que aprender a protegerse y para conseguirlo tienen que experimentar una y otra vez el proceso de la toma de decisiones, cometiendo y recuperándose de sus propios errores, y confrontando y lidiando con todo tipo de peligros y decepciones. Por lo tanto, la Madre Naturaleza —o, menos poéticamente, el proceso de selección natural— diseñó a nuestros hijos para que resistan nuestro intento de controlarlos. Los «terribles dos años» no son una casualidad, como tampoco lo es la continua autoafirmación de los niños a partir de esos dos años.
La Madre Naturaleza ha vivido mucho más que todos nosotros y tiene un plan mejor para el desarrollo de los niños del que usted, yo o cualquier psicólogo infantil podamos diseñar. Así pues, debemos escucharla. Este plan está implantado en el instinto de nuestros hijos, y lo aprendemos al observar y escuchar a nuestros hijos, no al discutir con ellos.
Hace poco, escribí sobre la tendencia natural que muchos de nosotros tenemos de rechazar comentarios no solicitados, incluso, y quizá especialmente, cuando provienen de nuestra familia y de aquellos que nos quieren y que nosotros queremos. Estos consejos no nos gustan porque se acercan peligrosamente a un intento de control. Todos nosotros, a lo largo de nuestra vida, intentamos mantener nuestra autonomía; nos resistimos al control de los demás. Cuando pedimos consejo, seguimos estando al mando. De hecho, pedir consejo forma parte de nuestros medios de autocontrol racional. Pero, cuando alguien nos da un consejo que no hemos pedido, tenemos la impresión de que están intentando controlarnos; y, si pensamos que tenemos que seguir este consejo —quizá porque tenemos miedo de ofender a la persona que da el consejo o porque no queremos discutir con esa persona—, entonces nos están controlando. Nuestros hijos son como nosotros en este sentido.
Aparentemente, los grandes expertos que poseían la habilidad de contenerse a la hora de dar consejos no solicitados fueron los cazadores-recolectores. El estilo de vida de los cazadores-recolectores requería un alto grado de autonomía individual e iniciativa junto con un elevadísimo grado de cooperación y de reparto de tareas. Para lograr este equilibrio, los cazadores-recolectores de todo el mundo podrían haber desarrollado de forma independiente un estilo parental en el que todos los jóvenes tomaban sus propias decisiones y aprendían de sus propias experiencias. El mundo actual es, en muchos sentidos, distinto del de los cazadores-recolectores y dudo mucho que cualquiera de nosotros pudiera adquirir el alto nivel de paternidad basada en la confianza que ellos alcanzaron, pero podemos sin duda acercarnos a este ideal.
Incluyo, a continuación, una serie de pautas para ayudar a nuestros hijos sin resultar pesados y para evitar la tendencia a ofrecer consejos que no quieren o que no necesitan.
- Cuando su hijo pida ayuda o consejo, dele solo lo que le ha pedido.
Si su hija le pide que le haga un nudo especialmente difícil para un proyecto en el que está trabajando, hágale solo ese nudo; no empiece a ayudarle con el resto del proyecto o a hacer sugerencias sobre cómo hacerlo.
Quiere hacerlo ella misma, a su manera. Quiere, en ese preciso momento, usarle como una mera herramienta, una máquina de hacer nudos, y eso precisamente es lo que usted debe ser. Quiere hacer todo el proyecto a su manera y no quiere ningún consejo sobre cómo hacerlo. Esto acabaría con la diversión. Si acaba sintiendo que tiene que hacerlo tal y como usted quiere que lo haga, lo que antes era divertido se convertirá en un trabajo. Y la próxima vez que necesite una ayudita para hacer algo, no contará con usted. De hecho, hará lo necesario para estar lo más lejos posible de usted cada vez que esté haciendo algo que quiere hacer por sí misma.
Si su hija le pide consejo —sobre lo que sea, ya sea sobre su proyecto, sobre cómo llevarse mejor con un amigo o sobre cómo resolver un problema de sus deberes— sea lo más directo posible y preste atención a su expresión facial y a otras expresiones de interés o aburrimiento para saber cuándo parar. En caso de que surja un debate a raíz de una pregunta que ella planteó, dejé que tome la iniciativa o, al menos, dejé que participé por igual. Cuando dejé de participar por igual, concluya la conversación antes de que se convierta en un discurso.
Hablaríamos de una situación distinta, por supuesto, si su hija le pide unirse a algún proyecto suyo. Si su hija quiere ayudarle a rotar los neumáticos del coche, por ejemplo, entonces usted tiene todo el derecho a decirle qué es lo que tiene que hacer. Este es su proyecto, no el de su hija, y por lo tanto, al unirse, lo que le está diciendo es lo siguiente: «enséñame a hacer esto».
- Antes de ofrecer ayuda o de dar un consejo que no se le ha pedido cuente hasta diez.
Para muchos de nosotros dar un consejo es un reflejo, un impulso. Lo hacemos sin pensar en las consecuencias. El viejo truco de contar hasta diez antes de expresar enfado funciona porque, incluso en un periodo de tiempo tan corto, tenemos la oportunidad de reflexionar sobre el impulso y de controlarlo. Lo mismo sucede con los consejos. Antes de decirle a su hijo qué tiene que ponerse cuando sale a la calle, qué tiene que comer o cómo debe hablar, cuente hasta diez. Quizá en ese tiempo se dará cuenta de que el consejo no le hará ningún bien o no es tan importante, y lo dejará pasar. Si el consejo sigue pareciéndole importante, déselo, pero esta pausa puede llevarle a dar el consejo de una forma más prudente, quizá como una sugerencia razonada más que como una orden impulsiva.
- Antes de proteger a su hijo del peligro, piense en los posibles beneficios así como en el posible coste del comportamiento «peligroso».
Se han escrito muchos libros y artículos sobre el daño que en la actualidad le causamos a nuestros hijos al sobreprotegerlos. Y tienen razón. Los niños, cuando juegan, se exponen de forma natural y adaptativa a moderar esos peligros. El niño que trepa un árbol, baja en monopatín por una barandilla o se lanza desde un acantilado, experimenta la adrenalina del peligro. La Madre Naturaleza lleva a los niños a hacer estas cosas porque sabe que tienen que aprender a enfrentar los peligros y lidiar con ellos si quieren convertirse en adultos exitosos. Ha dotado a los niños del instinto de participar en juegos «peligrosos» y del buen juicio para ser conscientes de sus propios límites.
Los niños utilizan la dosis justa de peligro que saben qué pueden soportar, y así es como aprenden a lidiar con los peligros y los miedos a los que se enfrentan en su día a día. Los padres cazadores-recolectores lo sabían y dejaban que sus hijos jugaran con fuegos y con objetos afilados y se adentraran en la jungla en la que había tigres y todo tipo de peligros amenazadores. Tenían fe en que sus hijos sabían lo que estaban haciendo y su fe estaba bien depositada.
En la actualidad, muchos padres apuntan a sus hijos a deportes dirigidos por adultos porque creen que estas actividades son más seguras y mejores para ellos que el juego libre. Pero, de hecho, se ha demostrado que los niños son más proclives a sufrir lesiones graves en los primeros que en los segundos (véase la entrada del 27 de octubre de 2009 y el libro de Mark Hyman Until it Hurts: America´s Obsession with Youth Sports). Para cumplir con las expectativas de «ganar» o de convertirse en «estrellas» de los deportes dirigidos por adultos, los niños juegan aunque estén lesionados, sobrecargan ciertos músculos, huesos y articulaciones por la naturaleza repetitiva de la actividad, y afrontan confrontaciones físicas y esfuerzos que su buen juicio no les permitiría si estuvieran jugando ellos solos.
Muchos de los miedos relacionados con nuestros hijos son irracionales, generados por los medios de comunicación. Yo vivo en uno de los barrios más seguros de Estados Unidos y, aún así, veo cómo los padres esperan todos los días en la parada del autobús para recoger a sus hijos porque tienen miedo de que sean raptados por agresores infantiles o por secuestradores en el paseo de dos manzanas que separa la parada del autobús de su casa. Es una auténtica locura. Hay más probabilidades de que estos niños mueran en un accidente de tráfico en este trayecto de dos manzanas (porque sus padres son demasiado perezosos como para ir andando) que de que alguien los secuestre si vuelven andando solos a casa.
Antes de prohibir una actividad porque resulte peligrosa, plantéese de verdad cómo de peligrosa es y sopese esto frente al ejercicio, las habilidades, la confianza y el control emocional —por no hablar de la pura diversión— que su hijo obtendrá al practicar esta actividad. Y piense en el daño que le causa en su hijo al infundirle continuamente la sensación de que él o ella es incapaz de tomar decisiones o de hacer algo por sí mismo, sin protección.
- Esté del lado de su hijo, no en su contra.
Cuando lo que cree que su hijo debería hacer es totalmente distinto de lo que el niño cree, incluso después de haber reflexionado sobre ello, intenté no transformar esta diferencia de pareceres en un enfrentamiento. Escuche a su hijo. Intente entender lo que quiere y por qué. Sea su aliado y no su adversario. Adopte su punto de vista. Quizá puede ayudar a su hijo a que encuentre una forma de hacer lo que quiere sin correr el riesgo que a usted le preocupa. O quizá su hijo le convencerá de que el riesgo no es tan grande al fin de cuentas.
- Recuerde que su hijo no es usted, ni un reflejo de usted.
Aunque lo llamemos «reproducción», cuando tenemos un hijo no estamos reproduciéndonos a nosotros mismos. Ni siquiera producimos algo que es mitad y mitad de nosotros y de nuestro compañero. Debido al fenómeno genético mediante el que los genes se cruzan y seleccionan de forma aleatoria, con cada hijo que tenemos, producimos un ser humano totalmente nuevo y diferente. Nuestra tarea como padres es conocer a este ser humano y ayudarle en lo que él quiere ser ayudado.
Cometemos un serio error si tratamos de convertir a nuestros hijos en una copia de nosotros mismos, o si pensamos en ellos como una extensión o un reflejo de nosotros. Nuestros hijos son diferentes y, por lo tanto, sus necesidades y prioridades son diferentes de las nuestras. Cualquier ayuda o consejo que les demos, si queremos que sea de auténtica ayuda o utilidad, tiene que tener esto en cuenta. Tenemos que ayudarles a que sean ellos mismos y no convertirlos en nosotros o en algo que pensamos que dará buena imagen.
- Su objetivo como padre es potenciar el desarrollo de su hijo, no impresionar a otros adultos con sus habilidades parentales.
Algunos padres afrontar la paternidad como un deporte de competición. Quieren ser los mejores padres a ojos de los demás o, por lo menos, no parecer malos padres. Este tipo de progenitores solo piensan en ellos mismos y en su estatus, y no en sus hijos. No caiga en la trampa. Si piensa que su hijo se beneficiará de un paseo de la parada de autobús a casa, o incluso del colegio a casa, sin usted o sin otro adulto, deje que su hijo lo haga. Si tiene miedo de que su vecino piense que usted es un padre negligente y valora la amistad que mantiene con su vecino, explíquele sus razones. Pero si este no lo entiende, no pierda más tiempo. Su objetivo es ayudar a su hijo, no impresionar a su vecino.
- La influencia más significativa y potencialmente valiosa que usted puede ejercer sobre su hijo proviene de la macrogestión del ambiente, no de la microgestión del comportamiento de su hijo.
Nuestra principal responsabilidad para con nuestros hijos no consiste en decirles permanentemente cómo comportarse. Por el contrario, nuestra principal responsabilidad consiste en ofrecerles un ambiente saludable en el que puedan desarrollarse, un ambiente que les permita desarrollar los instintos necesarios para actuar tal y como quieren hacerlo. Usted decide dónde quiere vivir y qué opciones elige para la educación de su hijo, y desempeña un papel fundamental a la hora de marcar el ritmo de la familia. Estas son las tareas en las que tiene que centrarse si desea que sus hijos se desarrollen de la forma más saludable posible.
Una de las mejores formas de ayudar a los hijos es colaborar con la comunidad para crear espacios al aire libre lo suficientemente seguros como para que los niños puedan jugar en el barrio. De esta forma, los niños podrán alejarse de usted y aprenderán a relacionarse con otros niños sin pautas adultas; así mismo, pueden obtener la dosis justa de peligro sin que usted les vigile y se preocupe, y conocer a personas que amplíen sus horizontes más allá de lo que usted y el resto de su familia pueden hacerlo.
Su tarea no es proteger a sus hijos del resto del mundo. Su tarea consiste en ofrecer a sus hijos las herramientas necesarias para que, a su manera, descubran el mundo y se preparen para vivir en él. Y, en la medida de lo posible, su tarea consiste en hacer del mundo un lugar mejor para sus hijos, los hijos de sus hijos y todos los hijos.
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Peter Gray, doctor, profesor investigador en Boston College, y autor del libro recién publicado Free to Learn (Basic Books) y Pyschology (un libro de texto, ahora en su sexta edición).
Otros artículos de Peter Gray en inglés:
www.psychologytoday.com/blog/freedom-learn
Libro en inglés «Free to Learn»:
www.freetolearnbook.com
Traducción realizada por Esperanza Sofía Márquez Ruiz
Artículo original en inglés:
Florencio Cubilla dice
tengo un hijo, cuando yo le hablo de un errores de dice que no va a cometer más, pero cuando llega otros momentos sale sin pensar en nada y hace lo mismo ya estoy cansado de hablarle. que puedo hacer, me puede ayudar en aconsejarlo.