Es hora de pararnos a pensar con profundidad sobre el propósito de la educación.
Publicado el 14 de diciembre de 2012 por Peter Gray en «Freedom to Learn«
En los Estados Unidos y en otras naciones modernas, estamos obsesionados con medirlo todo. Nuestro lema parece ser: “Si no se puede contar, no vale”. Especialmente, estamos obsesionados con medir la calidad de la educación de nuestros hijos, y con el programa No Child Left Behind (que ningún niño se quede atrás), en EEUU se ha llevado a la locura esa obsesión. Nuestros hijos se han convertido en peones dentro de la competición entre padres, profesores, escuelas y naciones, enzarzadas en una lucha para ver qué niños pueden alcanzar las notas más altas. Estamos privando a nuestros hijos del sueño, de la libertad de jugar y de explorar. En otras palabras, les estamos privando de su infancia con el objetivo de que saquen mejores notas.
Es hora de que nosotros, como seres humanos, demos un paso atrás, respiremos hondo, y entremos en razón. ¿Qué es la educación en realidad? ¿Cuál es su propósito? ¿Se puede medir la educación? Y si se puede medir, ¿tiene sentido que apliquemos las mismas medidas a todo el mundo?
Las escuelas tal y como las conocemos ahora tienen sus orígenes en la Reforma Protestante. Dichos reformadores creían que era un deber cristiano enseñar a sus hijos a leer para que pudieran comprender la Biblia. También creían que era un deber cristiano inculcar a sus hijos ciertas creencias; principalmente valoraban la obediencia y la convicción de que el infierno aguardaba a aquellos que se portaban mal. El propósito del sistema educativo era inequívoco: mantener a los niños alejados del pecado, implantar en ellos un cierto miedo a la autoridad, y hacerlos memorizar citas y pasajes de la Biblia con un mensaje moralista diseñado para instigar miedo y obediencia.
Dada esta finalidad del sistema educativo, era bastante sencillo medir el éxito. Si los niños eran obedientes y seguían las lecciones de la manera exacta que quería el profesor (que en esa época se hacía llamar “maestro”), y nunca replicaban a los adultos, entonces el resultado era un éxito. No importaba demasiado de qué tratasen las clases (mientras no contradijeran a la Biblia), lo que importaba era que los niños hicieran de manera sumisa y al pie de la letra lo que se les pedía. Si se rebelaban e insistían en seguir su propia voluntad pese a sufrir golpes y pasar vergüenza, entonces, para ellos la escuela había fracasado. En aquellos principios, el sistema educativo no pretendía abarcar la totalidad de la educación. Las personas aprendían el tipo de destrezas que les permitirían, aplicándolas al mundo real, tener un trabajo y estar en sociedad. La escuela, aunque fuera horrible, ocupaba únicamente una pequeña parte dentro de la vida del niño.
Con el paso del tiempo, después de que los gobiernos se hicieran con el control de los colegios, las horas y días que se pasaban en el colegio se incrementaron de manera gradual, y la lista de materias impartidas también aumentó. Para una gran cantidad de personas, escolarización pasó a equivaler a educación. Con la revolución industrial, las escuelas empezaron a seguir el modelo de las fábricas. Se colocaba a los estudiantes en una cadena de montaje y así pasaban de nivel en nivel. En cada punto, un profesor nuevo insertaba nuevos conocimientos y habilidades al producto, y entonces, en la última etapa, el producto final salía de esa cadena y se le daba un certificado de aprobación. Esto persiste todavía en nuestro sistema educativo, pese a que hayamos superado en todos los aspectos la etapa de la revolución industrial en nuestra historia. Si esto es a lo que llamamos educación, entonces la forma de medirla es bastante sencilla. La medimos examinando a cada estudiante en cada punto de la cinta transportadora para comprobar si él o ella ha adquirido unas capacidades y habilidades determinadas, y está preparado para avanzar a otro nivel.
No obstante, durante mucho tiempo se produjo un déficit en el sistema industrial. El control vertical del sistema respecto a lo que hacían los profesores con sus estudiantes no era absoluto, y algunos profesores creían que por naturaleza los estudiantes diferían el uno del otro y que los niños tenían el derecho a disfrutar parte del día jugando y explorando libremente, desarrollando sus propios intereses y pasiones. Si se comparaba una escuela con la otra había diferencias en los requisitos necesarios para pasar curso, así como si se comparaba una clase con otra. Por esa razón se creó el programa No Child Left Behind (NCLB), para eliminar esas diferencias.
Hoy en día, todos los productos tienen que alcanzar unos estándares específicos, pese a las diferencias en el producto bruto o en el círculo social y, por supuesto, pese a los deseos individuales de cada estudiante sobre lo que quieren hacer o aprender. NCLB nació nada más y nada menos que como consecuencia lógica de tomar en serio el modelo de la industria, con el fin de crear un producto más estándar y consistente. Con NCLB, los trabajos de los profesores están en juego si los resultados de los estudiantes no son buenos, así que evidentemente la presión para enseñar es fuerte. Dado que los exámenes se centran en matemáticas, habilidades de lectura y en menor grado ciencias (definida de forma muy limitada), otras materias se han visto relegadas a un segundo plano en cuanto a su peso en la enseñanza.
Pero ahora, como he urgido anteriormente, parémonos a pensar en este frenesí, respiremos hondo y reflexionemos racionalmente sobre la educación. Mi esposa cree que un poco de yoga podría ayudar.
Incluso aunque definiéramos la educación simplemente como aprender a leer y hacer operaciones matemáticas, estamos siguiendo el camino equivocado. Los niños aprenden muy rápido a leer cuando quieren hacerlo, y lo mismo ocurre con las matemáticas. La palabra clave es QUERER. Hacemos que los niños odien la lectura y las matemáticas cuando seguimos esa paralizadora y forzada cadena de montaje. Nadie quiere leer por leer, o estudiar matemáticas porque sí. Se desea leer para informarse y disfrutar historias, y se desea aprender matemáticas para solucionar problemas interesantes y reales ligados a ese aprendizaje de las matemáticas. Así es como la gente aprende en la vida real y como los niños aprenden en escuelas democráticas y en casa, porque son responsables de su propia educación.
Pero ahora, hablemos de temas más importantes. ¿Cuál debería ser en realidad el propósito de la educación? O, dicho de otra forma, ¿cuáles son los objetivos en el desarrollo de nuestros hijos? La mayoría de nosotros hoy en día no queremos que nuestros hijos sigan ciegamente lo que dice la autoridad. Hemos visto el mal que puede surgir si se sigue ese enfoque. Y no creo que pensemos que el propósito adecuado de la educación vaya en línea con el programa de televisión de preguntas y respuestas: “¿Sabes más que un niño de primaria?”. Sabemos que las respuestas que los estudiantes de primaria tienen que aprender tienen poca relación con la vida real y el éxito. Pero entonces, ¿qué queremos? O quizá debería ponerlo de otro modo: ¿qué quieres TÚ y qué quiero YO? Es posible que tú y yo tengamos diferentes puntos de vista sobre el sentido de la vida y deseemos diferentes cosas para nuestros hijos.
Voy a decir lo que querría que aprendieran mis hijos, si los tuviera en la actualidad. Querría que crecieran sintiendo que son los responsables de sus propias vidas. Querría que fueran felices, pero que también se preocuparan por la felicidad de los demás. Que fueran emocionalmente fuertes para lidiar con el estrés cotidiano y las decepciones de la vida. Querría que tuvieran confianza en ellos mismos y en su capacidad de aprendizaje a través de la vida y de adaptarse a un mundo que está en un cambio constante, como nunca se había visto. Querría que tuvieran metas, metas que les apasionaran. Querría que fueran capaces de pensar de forma crítica y que tomasen decisiones racionales que les ayudaran a alcanzar sus objetivos. Querría que tuvieran valores morales que proporcionaran sentido y estructura a sus vidas, y desearía que fueran valores humanos, valores relacionados con los derechos humanos y la obligación de ser consecuente con esos derechos.
Y justamente aquí reside el problema. Ninguna de esas cosas se aprende en el colegio. Todas estas son cosas que un niño activo y en proceso de cambio tiene que descubrir y crear; y para hacer eso, los niños necesitan mucho tiempo para jugar, explorar y descubrir. Lo mejor que podemos hacer es ser un buen modelo para ellos y proporcionarles un ambiente que sea sano, estimulante y moral que permita a los niños descubrir lo que están buscando y aprender a verse a ellos mismos desde otros puntos de vista, no solo el suyo. En última instancia, el propósito de la educación es encontrar el sentido de la vida, y cada persona lo tiene que descubrir por sí misma.
Así que, ¿puedes medir la educación? ¿Puedes definir el sentido de la vida? Quizá una persona como individuo pueda medir su propia educación según cómo progrese y conforme vaya encontrando el sentido a su propia vida, estableciendo sus propios objetivos y moviéndose para alcanzarlos. Pero, seguramente, ninguno de nosotros pueda medir la educación de otra persona.
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Peter Gray, doctor, profesor investigador en Boston College, y autor del libro recién publicado Free to Learn (Basic Books) y Pyschology (un libro de texto, ahora en su sexta edición).
Otros artículos de Peter Gray en inglés:
www.psychologytoday.com/blog/freedom-learn
Libro en inglés «Free to Learn»:
www.freetolearnbook.com
Artículo original en inglés: http://www.psychologytoday.com/blog/freedom-learn/201212/can-you-measure-education-can-you-define-life-s-meaning
Este texto ha sido traducido del inglés por María Ferrando Gabarda y revisado por Adrián Pérez Montes dentro del marco de la iniciativa PerMondo, dirigida por la agencia de traducción Mondo Agit.
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