¿Consideras tu trabajo un juego? Puede llegar a serlo.
Publicado el 25 de junio de 2009, escrito por Peter Gray en Freedom to Learn.
Una de las primeras lecciones que los niños aprenden en la escuela es que trabajo y juego son polos opuestos. El trabajo es lo que uno tiene que hacer; el juego, lo que uno quiere hacer. El trabajo es agobiante, mientras que el juego es divertido. Trabajar es importante, jugar no.
Sin embargo, cuando abandonamos la escuela y nos adentramos en el «mundo real», al menos algunos de nosotros, los afortunados, descubrimos que el trabajo no es lo contrario al juego. De hecho, el trabajo puede ser un juego, o al menos se puede teñir con un alto grado de diversión.
Cuando el trabajo es un juego, humaniza, saca a relucir nuestras mejores cualidades y nos hace sentir bien. Cuando el trabajo supone un continuo esfuerzo —lo opuesto al juego— puede ser deshumanizador, nos convierte en bestias de carga, ya sea esta soportada por la mente o por los músculos. ¿Cuáles son las características que pueden hacer de nuestro trabajo un juego en lugar de una carga continua?
El eje central del presente ensayo gira en torno a la definición de juego y en cómo el trabajo remunerado puede enmarcarse en esa definición.
La definición de «juego»
En un ensayo previo, desarrollaba la idea de que el juego es una actividad estructurada que:
- elegimos libremente,
- es auto-dirigida,
- original o creativa,
- viene motivada por nosotros,
- y nace de un estado mental vivaz y alerta, no de la angustia.
Vivimos una actividad como un juego en la medida en que posea estas características. El trabajo, en el mejor de los casos, puede tener un gran grado de todas estas características. Permíteme explicarme.
(a) El trabajo se puede elegir libremente
El juego es lo que elegimos hacer, no lo que tenemos que hacer, por lo tanto cuanto más experimentemos la sensación de elección sobre nuestro trabajo, más lo viviremos como un juego. Cuando sentimos que hemos de desempeñar tal o cual trabajo por necesidad, es difícil mantener una actitud lúdica ante este. Cuanto más libres de dejar un trabajo nos sentidos, más fácil nos resulta vivirlo como un juego.
El juego, por definición, es algo a lo que uno siempre es libre de renunciar; si no es así, no existe la sensación de elección y, por consiguiente, la actividad no es un juego.
Hace algunos años, Reed Larson y su equipo llevaron a cabo un estudio de investigación. En el estudio, hombres y mujeres casados que trabajaban fuera de casa llevaban un localizador. Cada vez que este sonaba, tenían que anotar información referente a sus actividades y estados de ánimo.
Uno de los descubrimientos más importantes fue que las mujeres eran más felices que los hombres cuando trabajaban fuera de casa y que los hombres se sentían más felices que las mujeres cuando realizaban quehaceres domésticos en casa, tales como limpiar o cocinar [1].
Los investigadores interpretaron estos resultados como un reflejo del elemento de elección.
Cuando el estudio se llevó a cabo, el trabajo fuera de casa se veía como una obligación más del hombre que de la mujer. Los hombres con frecuencia se sentían agobiados con este tipo de trabajo porque no tenían otra opción al respecto. En cambio, existía una mayor probabilidad de que las mujeres percibieran el trabajo fuera de casa como una alternativa liberadora y no como un deber, y este sentimiento contribuyó a dotar a su trabajo de una cualidad lúdica.
Con las tareas del hogar sucedía lo contrario: las mujeres se sentían obligadas a limpiar trabajar en la cocina y demás, por lo que a menudo se mostraban enfadadas o aburridas cuando desarrollaban estas tareas. Los hombres, sin embargo, eran más propensos a ver el trabajo doméstico como algo que hacían libremente, que ayudaban en casa cortésmente, haciendo algo que no era una responsabilidad fundamental.
Como Larson y su equipo observaron, los resultados encajaban en un cierto estereotipo de género que quizá todavía exista en nuestra cultura: los hombres viven «esclavizados» en su trabajo y regresan a casa para disfrutar, mientras que las mujeres son «esclavas» del hogar y salen fuera para pasarlo bien.
La cuestión más importante aquí es que, independientemente del tipo de trabajo que ejerzamos, cuanto más podamos adoptar la actitud de que no tenemos por qué realizar ese trabajo, más lo viviremos como un juego.
La esclavitud es ilegal, así que, al menos en teoría, todos deberíamos tener la oportunidad de elegir el trabajo mediante el cual ganemos nuestro salario, aunque reconozco que las condiciones económicas dificultan esto en ocasiones.
Por supuesto, los alumnos no tienen libertad ninguna para ir o no al colegio; se les obliga por ley a estar allí. Esa es una razón por la que rara vez viven el colegio como un juego. En nuestra sociedad no ofrecemos a los niños las mismas libertades básicas que a los adultos.
(b) y (c) El trabajo es auto-dirigido y creativo
El que juega, va por libre. No solo decide libremente si jugar o no a algo, sino que también decide cómo jugarlo. Debe seguir las reglas, pero dentro de las directrices de estas, cada movimiento tiene que ser propio.
Los jugadores no son engranajes de una máquina controlada por otro. Así, no es de extrañar que los trabajadores que pueden decidir cómo desarrollar su trabajo, tienen muchas más probabilidades de vivirlo como un juego que aquellos que no gozan de esa libertad. Pocas cosas se hacen más pesadas que un jefe que dirige hasta el más mínimo detalle en el trabajo.
Una de las razones por las que los niños experimentan el colegio como lo contrario al juego radica en la supervisión minuciosa de las tareas allí desarrolladas.
Los alumnos, más que prácticamente cualquier empleado que yo conozca, están bajo el control constante de sus jefes (maestros, en este caso). Se les dice qué hacer, cómo hacerlo y cuándo hacerlo; y cada detalle de lo que hacen se juzga y evalúa mediante criterios que están fuera de su control.
Este tipo de trabajo es lo opuesto al juego. En el mundo real, fuera del colegio, en lugares donde la esclavitud está prohibida, no hay gente sometida a un control tan estricto.
En un estudio clásico acerca de la satisfacción laboral, el sociólogo Melvin Kohn y su equipo de trabajo identificaban un grupo de características que la gente deseaba que su lugar de trabajo reuniese.
Los trabajos más deseados son aquellos (a) complejos en lugar de simples, (b) variados en vez de monótonos y (c) que no son seguidos con lupa por otros [2]. Para poder cubrir un puesto de esas características, el trabajador tiene que poseer un alto grado de decisión y creatividad.
Kohn y sus compañeros descubrieron que la autonomía era algo deseado y disfrutado tanto por gente que trabaja físicamente, como por gente que trabaja en oficinas.
Aunque los investigadores no describieron los resultados en términos de juego, desde mi punto de vista la autonomía es crucial para poder disfrutar del trabajo. Tanto si se es fontanero como abogado, siempre experimentamos el trabajo como un juego en la medida que este le permita autonomía.
Kohn y su equipo descubrieron que los trabajadores que pasaban de un trabajo con baja autonomía a otro con un alto grado en esta cualidad no solo experimentaban mayor placer en el trabajo, sino que, con el tiempo, experimentaban ciertos cambios a nivel psicológico. Se convertían en personas más flexibles y menos rígidas tanto en su hogar y actividades de ocio como en su lugar de trabajo. La forma en la que educaban a sus hijos era más democrática y menos despótica. Comenzaban a valorar la creatividad y la autonomía en sus hijos por encima de la obediencia ciega. En otras palabras (mías, no de Kohn), vivían la vida más como un juego.
(d) Viene motivado intrínsecamente
El juego está motivado intrínsecamente, es decir, se trata de una actividad que se realiza por diversión en lugar de para alcanzar algún objetivo. Jugar puede tener finalidades, pero es el proceso de alcanzar esos objetivos, y no el objetivo en sí lo que más se valora.
Es la construcción del castillo de arena y no el castillo de arena en sí de lo que disfrutan los que juegan con la arena en la playa. Es el proceso de acumular puntos o de intentar acumularlos y no los puntos acumulados en total lo que deleita a los tenistas (si es que realmente están jugando). En otras palabras, la fuente del placer radica en las actividades mismas. Cualquier producto que pueda surgir de de ellas es un efecto secundario.
El trabajo nunca viene totalmente motivado por factores intrínsecos. El propósito del trabajo, por definición, es producir algo que se valora. Por ejemplo, reparar tuberías, defender con éxito a un cliente en un juicio o ganarse el sueldo para poder vivir uno mismo y su familia. Sin embargo, la motivación intrínseca y extrínseca no se excluyen mutuamente. Uno puede trabajar en pos de una meta, y al mismo tiempo disfrutar de la actividad. En la medida en que nos centramos en el proceso, nuestro trabajo se convierte en juego.
En mi profesión como autor, escribir representa una carga si tan solo me concentro en el fin (la obra publicada o los derechos de autor de los que podría obtener un beneficio). Cuando adopto esa actitud, escribir es simplemente un medio necesario para un fin. En este caso resulta difícil comenzar, y, una vez que empiezo, la escritura va muy despacio.
Escribir es en estos casos un trabajo duro, no un juego.
Para que escribir sea un juego debo desviar la atención del objetivo. Obviamente, no lo olvido totalmente, pero lo sitúo en una estantería, al final de mi mente para poder centrarme en el proceso, el proceso de generar ideas y construir las frases para poder expresarlas. Puedo incluso convencerme a mí mismo de que el fin no importa; escribir supone una diversión tal que vale la pena hacerlo incluso si la obra jamás llega a publicarse, incluso si nunca ejerciera efecto alguno sobre el mundo o si no me permite ganar un solo céntimo.
Paradójicamente, cuando logro adoptar esta postura lúdica, el resultado final es mucho mejor que cuando no lo hago; y lo mismo me ocurre con otras tareas que realizo, tales como hacer la colada, cocinar o cuidar el césped.
Cuando nos orientamos exclusivamente hacia la meta, visualizamos la actividad requerida para alcanzarla como un mal necesario, luego, la desempeñamos de la manera más rápida que creemos aceptable. Hacemos justo lo suficiente para llevarnos el salario, satisfacer a nuestro jefe o preparar un menú que nuestra familia no rechazará. En la escuela tan solo hacemos lo necesario para sacar un diez o cualquier nota que hayamos elegido como meta.
Por el contrario, cuando nos permitimos dejarnos llevar por el proceso, como si de un juego se tratara, solemos llegar mucho más lejos. Si nos estamos divirtiendo, podemos hacer más de lo necesario para alcanzar cualquier objetivo. Incluso podríamos llegar a crear una obra de arte. Esto puede aplicarse a la reparación de tuberías, al césped cortado, a un menú, a un texto legal o a un ensayo.
(e) El trabajo puede implicar un estado mental de alerta y concentración, pero jamás angustia
Esta última característica se deriva de las otras. La toma de decisiones, la creatividad y la atención que acompañan al juego exigen y crean un estado mental de alerta.
Cuando nos olvidamos de las metas y juicios de otros, reducimos o eliminamos el miedo al fracaso. El trabajo de la mayoría de nosotros no es cuestión de vida o muerte, de modo que el miedo al fracaso que experimentamos probablemente sea una exageración.
No obstante, incluso para los cirujanos, bomberos o agentes de policía, cuyas profesiones sí que pueden tener consecuencias de vida o muerte, concentrarse en el proceso reduce la sensación de angustia e incrementa la probabilidad de alcanzar un resultado satisfactorio.
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Referencias
[1] Larson, R. J., Richards, M. H., y Perry-Jenkins, M. (1994). «Divergent worlds: The daily and emotional experience of mothers and fathers in the domestic and public spheres». Journal of Personality and Social Psychology, 67, 1034-1046.
[2] Kohn, M. L. (1980). «Job complexity and adult personality». En N. J. Smelser & E. H. Erikson (Eds.), Theories of work and love in adulthood. Cambridge, MA: Harvard University Press. Also, Kohn, M. L., y Slomczynski, K. M. (1990). Social structure and self-direction: A comparative analysis of the United States and Poland. Cambridge, MA: Basil Blackwell.
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Peter Gray, doctor, profesor investigador en Boston College, y autor del libro Free to Learn y Pyschology.
Otros artículos de Peter Gray en inglés:
www.psychologytoday.com/blog/freedom-learn
Libro en inglés «Free to Learn:
www.freetolearnbook.com
Artículo original en inglés: http://www.psychologytoday.com/blog/freedom-learn/200906/play-makes-us-human-iv-when-work-is-play
Traducción del inglés al castellano por Luisa Carlota García Huertas. Revisado por Adrián Pérez.
fabi dice
gracias por el análisis!! está muy bueno!!
adrian dice
Me alegro de que te haya servido el artículo.
Un saludo,
Adrián