Dar la paga puede tener resultados sorprendentes.
Publicado en 19 de septiembre de 2013 por Denise Cummins en Good Thinking
En la vida de todo padre, llega un momento en el que es imposible evitar la cuestión de la paga.
La paga puede ser un instrumento muy útil. Constituye la primera oportunidad del niño de materializar sus decisiones personales a partir de medios económicos. Por esta razón, los padres lo contemplan con una mezcla de miedo e inquietud.
Para algunos, la paga es la manera perfecta de iniciar a los hijos en cuestiones de economía doméstica, además de fortalecer rasgos personales como el de la paciencia, ahorro y la generosidad. Para otros, en cambio, la paga es algo peligroso, pues elimina el poder y la autoridad de los padres y no solo lleva a la avaricia.
Los tres enfoques más populares
Según Ron Lieber, escritor sobre economía doméstica en el New York Times, los padres afrontan esta situación de tres formas básicas:
No se pide nada a cambio. A los niños se les da dinero sin más (una vez a la semana, normalmente). En unos casos son libres de hacer lo que quieran con él, en otros deben repartirlo de una manera concreta.
Lieber da tres dólares a la semana a su hija de siete años, pero la pequeña solo puede gastar libremente uno. De los dos que quedan, uno debe guardarlo en la hucha y el otro va a un «tarro destinado a la causa benéfica que ella prefiera». «Pasa mucho tiempo pensando en ello», contaba Lieber en la National Public Radio.
La ventaja de este enfoque es que enseña a los niños a pensar con cuidado cómo gastar el dinero. Su desventaja es que les acostumbra a que el dinero es algo que viene regalado por una «autoridad». La cantidad que reciban depende únicamente de la generosidad de dicha autoridad y no de lo que uno haga para ganar o generar riqueza.
Sin ninguna paga. La segunda opción es no dar ninguna paga, sino optar por una especie de «reparto colectivo». La idea es que todos formamos parte de la misma familia y debemos contribuir como podamos al bien común, para lo que podemos animarnos a echar una mano con las tareas sencillamente porque la familia lo necesita. Algunos padres suavizan este enfoque al satisfacer todas las necesidades de sus hijos, si bien les piden que den razones y los convenzan para comprarles lo que quieran.
La ventaja es que los niños aprenden que el trabajo no solo se valora por la recompensa económica que da, sino que se puede estimar por su contribución al bien común. En los casos en que se suaviza dejándose convencer para comprar cosas, se les enseña a ser persuasivos. La desventaja es que los niños no aprenden mucho sobre responsabilidad económica, y menos aun sobre cómo generar riqueza. A veces la posibilidad de poder convencer a los padres para comprarles algo hace a los hijos insistentes hasta la saciedad.
Dinero a cambio de trabajo. La tercera opción popular es «vincular la paga a las tareas cumplidas «. La base para este enfoque, explica Lieber, consiste en que en el mundo real nadie recibe dinero sin hacer nada a cambio, por lo tanto, tampoco mis hijos deberían, eso sería malcriarlos”.
La ventaja de este enfoque es que los niños adquieren cierto grado de poder, es decir, que la cantidad de dinero que tienen en el bolsillo depende de ellos y de su disponibilidad para trabajar duro. La desventaja es que puede que tus hijos decidan que no quieren realizar las tareas, incluso aunque implique renunciar a la paga. Suele sera así cuando los padres cubren todas sus necesidades y la paga es solo la guinda del pastel.
Estudiantes, trabajadores y paga: la cuestión oculta
Los padres escogen una de estas opciones porque piensan que así lograrán que sus hijos se convertirán un día en adultos de éxito. Al fin y al cabo, la primera y más impactante experiencia que los niños tienen con el dinero es ver cómo se administra en casa.
Como cualquier profesor o empresario te podrá contar: alumnos y trabajadores suelen aplicar la misma dinámica familiar vivida en su niñez, a sus relaciones con compañeros y superiores.
Como profesora universitaria y propietaria de un pequeño negocio, me encuentro a mí misma pensando en los tipos de estudiantes y empleados con los que me he topado y si sus actitudes en la escuela y el trabajo se pueden vincular a estos enfoques. Hay estudiantes que discuten sin cesar para conseguir un sobresaliente en el curso porque «de verdad lo necesito para seguir en la lista de favoritos del decano», o trabajadores que piden un aumento de suelto porque «el banco acaba de subirme la hipoteca».
El principio que subyace en estas peticiones parece que encaja en la categoría de niños que no recibían paga, pero podían pedir cosas a sus padres. No perciben la conexión entre su rendimiento y las notas o el sueldo que obtienen. En vez de ello, comparten la creencia de que es el profesor o el jefe quien tiene la autoridad unilateral de conceder notas o sueldos, y de que conseguir lo que quieres solo depende únicamente de convencerlos para que te lo den. La conexión entre rendimiento e ingresos brilla por su ausencia.
Luego están los estudiantes o trabajadores que se comportan como si merecieran el aprobado o la nómina tan solo por dejarse ver cada día. Una vez matriculados o contratados, creen ser «parte de la familia» y que el jefe o maestro les dará lo que quieren simplemente por estar ahí. Me resulta sorprendentemente parecido al enfoque «no se pide nada a cambio» para recibir la paga.
Por último, hay estudiantes o trabajadores que aprecian al completo la relación de causa y efecto entre el trabajo duro y el rendimiento, y entre este y las notas o la remuneración. Son estudiantes que no consideran que merezcan nada solo por estar en una clase o porque asistan a unas cuantas.
Si quieren mejores notas, preguntan qué pueden hacer para mejorar su rendimiento en clase. Si quieren más dinero, piden hacer horas extras o trabajar más para aumentar la eficiencia del negocio y que resulte más beneficioso. No sé vosotros, pero creo que esta es la clase de adulto que quiero que sean mis hijos.
¿Qué dice la ciencia?
Para mi sorpresa, al buscar cuidadosamente literatura científica acerca del desarrollo infantil, solo encontré veinte estudios publicados desde 1930. Únicamente ocho de ellos eran de después de 1990. De esos ocho, solo uno destacó por su información útil acerca del comportamiento en sí a la hora de gastar, en vez de informes propios sobre las actitudes respecto al dinero o similares.
En 1991, los investigadores Rona Abramovitch, Jonathan Freedman y Patricia Pliner publicaron un estudio. En dicho estudio, 60 niñas y 60 niños de entre seis y diez años recibían cuatro dólares en efectivo o cuatro dólares a crédito para comprar en una tienda. Lo que no se gastaran de crédito se les devolvería en efectivo.
Descubrieron que los niños que NO tenían paga en casa gastaban más cuando recibían crédito de la tienda que cuando se les daba dinero en efectivo. Sin embargo, los que sí tenían paga se gastaban la misma cantidad de dinero sin importar si era en efectivo o con a crédito. Ni la edad ni ninguna otra variable de sus circunstancias afectaba la cantidad que gastaban.
Me sorprendió que el hecho de tener paga en casa sí influyese en la responsabilidad económica de los niños, incluso a edades tan tempranas.
Lo que hice
Así que aquí viene lo que mi marido y yo decidimos hacer cuando nuestros hijos cumplieron los siete años y ya no podíamos seguir evitando el tema de la paga.
Había una serie de tareas básicas que eran responsabilidad suya, así que no eran negociables. Eso sí, les dábamos una paga de diez dólares por hacerlas. También había una «lista de tareas opcionales» en la nevera con valores asignados (por ejemplo, un dólar por vaciar las papeleras). Tenían que apuntar las tareas adicionales que hicieran y su valor monetario.
Los sábados jugábamos al «banco» en la mesa de la cocina. Me daban una «factura» con las tareas que habían hecho y añadían lo que se les debía. La mitad del dinero iba a parar a una cuenta de ahorros, un archivo excel en el que anotaba la cantidad que ingresaban, por la que les pagábamos un 5 % de interés compuesto diario (es lo que ganaba de niña cuando los bancos sí pagaban suficientes intereses como para incentivar los ahorros). La otra mitad era suya y podían gastarla como quisieran.
Contaba el dinero, les pedía cambio cuando solo tenía billetes grandes y a veces fingía que me equivocaba. Así, les tocaba asegurarse de que todo estaba bien, de que no recibían ni más ni menos de lo que ganasen.
Todo esto les mostró que tenían el poder de crear su propia riqueza al ver las oportunidades de proporcionar un servicio, y que era importante ser sinceros. Cuando empezaron el instituto, la cantidad que habían ahorrado fue a parar a un depósito a plazo fijo.
¿Que si funcionó? Bueno, tuvimos bastante pocas discusiones sobre dinero.
Cuando querían comprar un juguete, ahorraban o acumulaban dinero para comprarlo en vez de insistirnos en que se lo pagásemos nosotros. Crecieron y se convirtieron en el tipo de estudiante y de empleado que trabaja duro y tiene éxito. Ahora son veinteañeros y son responsables, económicamente hablando.
Pero incluso cuando eran niños, sabía que era un buen plan cuando oí a mi hija mayor decir a su hermana pequeña en el pasillo de los juguetes de los grandes almacenes:
«Esa Barbie vale quince dólares. Tendríamos que gastarnos todo el dinero para comprarla, y seguro que vamos a jugar con ella un par de veces y luego la vamos a guardar en el armario. No quiero malgastar el dinero, y tú tampoco deberías hacerlo. Mejor compramos otra cosa con la que vayamos a jugar más tiempo».
Ahí queda eso.
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La doctora Denise Cummins es miembro de la Asociación de la Ciencia de la Psicología y es autora del libro Good Thinking: Seven Powerful Ideas That Influence the Way We Think. Encontrarás más información sobre ella en www.denisecummins.com.
Artículo original: https://www.psychologytoday.com/blog/good-thinking/201309/should-you-give-your-kids-allowance
Traducido por Miguel Sanz Jiménez. Revisado por Adrián Pérez.
adrian dice
Un artículo muy interesante que muestra algunos aspectos muy a tener en cuenta.
En mi opinión, hay una cuestión que deja de lado: Cuando pagamos a los niños por hacer tareas en casa, dejan de hacerlas porque sí, por ayudar sin más o porque les gusta. Es decir, se enseña a los niños que toda acción tiene que tener un fin monetario, dejan de ser fin en ellas mismas.
Luis dice
Coincido con Adrian en su comentario. El funcionamiento de la mente acostumbrada al principio de que todo se hace a cambio de un precio, tiene sus aspectos negativos.
Los ejemplifico con un pequeño cuento: un investigador que trabajaba con una tribu en Africa hizo la experiencia de poner un canasto con comida a una cierta distancia de un grupo de niños y luego les dijo que jugaran una carrera hasta el canasto. El que llegara primero se quedaba con la comida. Los niños se tomaron de las manos y salieron corriendo juntos, y al llegar compartieron la comida. Le dijeron al hombre que si había un ganador los otros perdían, y el que ganaba no podría sentirse feliz. Lo que los hacía felices era que el grupo estuviera bien.
joaquin dice
Hola. Me ha gustado mucho el artículo y también los comentarios. Un punto del artículo con el cual discrepo es el hecho de tener expectativas con los niños. Creo que cuantas menos tengamos, pues mejor.
adrian dice
Sin duda, nuestras expectativas siempre son un problema, más que nada porque nos llevan a intentar manipular a otros para que hagan lo que a nosotros nos gustaría.