El título de este artículo es una cita literal de una joven de 14 años. Estábamos intentando averiguar la fecha y la hora en que la CNN emitiría un programa sobre el unschooling. La CNN colgó en su web un avance sobre una familia en Georgia (EE.UU.).
En el avance, una niña de 8 años salía fotografiada tocando el piano. Se veía también una lista impresionante de sus actividades diarias que mostraba cuán intensamente ocupados estaban sus hermanos y ella en una variedad de estudios y actividades cada día.
El comentarista señalaba que cuando le preguntó a la niña cómo aprendía, ella contestó que «en realidad no lo sabía».
Eso es raro, concluyó mi joven compañera.
Me estaba acordando de un chico que asistió a Clonlara School en los años setenta. Primo tenía 6 años en esa época. Cada día, después de la escuela, su madre le preguntaba qué había hecho. Su respuesta fue siempre la misma: «Jugar».
Ella se cansó de oír eso y finalmente se encaró conmigo, la maestra. «¿Para qué estoy pagando si todo lo que él hace es jugar?», me preguntó. «¡Mi hijo no aprenderá nada así!».
Yo le hice ver que Primo jugaba, que era su principal actividad en la escuela. Jugaba con los materiales matemáticos Cuisenaire; construía fenomenales artefactos con el Lego y otros bloques de construcción; leía libros; resolvía los problemas que iban surgiendo de vez en cuando, colaborando estrechamente con otros niños de su edad y más mayores; exploraba hasta el último rincón de los espacios de juego al aire libre de la escuela; era el primero en el autobús del colegio cuando íbamos de salida al museo, a la biblioteca, al colmado, etc.
Primo hacía un buen uso de su tiempo. Era activo en su entorno, se mostraba interesado y participativo. Si un periodista o reportero le hubiera preguntado qué estaba aprendiendo podría haber repetido su viejo estribillo: «Sólo juego».
Los niños más pequeños no se detienen a analizar el proceso de aprendizaje o a pensar qué es lo que están aprendiendo. Muchos adultos no lo hacen tampoco. Es la atmósfera artificial de la «escuela» la que hace que tales consideraciones parezcan razonables: la práctica artificial de trocear las cosas en diminutas porciones etiquetadas como «sustracción de dos dígitos sin llevar», o «división con resto», o «lista de palabras de vocabulario».
Para jóvenes a quienes se ha permitido experimentar el aprendizaje como parte de su vida, como el completo e ininterrumpido proceso de la rutina diaria, el método de la escuela no tiene sentido. Peor, provoca confusión y hace que los niños se aburran.
Mi joven ayudante de 14 años estaba de acuerdo con el periodista de la CNN, pero por otros motivos. Se había encontrado con algunos jóvenes unschoolers en el campus de Clonlara cuando éstos asistían a algunas clases que habían escogido.
Algunas de las chicas eran de su misma edad, pero no tenían el menor interés en ir a dar una vuelta al centro comercial después de las clases. De hecho, iban a dicho centro con sus padres y hermanos.
«No tienen infancia», dijo ella. Preferían la compañía de su familia a la de sus iguales. Raro, en efecto…
Hablé con algunas de las unschoolers y me confirmaron que encontraban ir de paseo al centro comercial una actitud tonta, y mirar escaparates, mayormente una pérdida de tiempo. Sí, preferían de veras la compañía de hermanos y padres a la compañía de iguales… frecuentemente.
De hecho, mencionaron a los miembros de sus familias entre la lista de sus mejores amigos. Parecían disfrutar estando en grupos de personas de diferentes edades… jóvenes, mayores, y de la misma edad que ellas.
Uno de estos unschoolers explicaba que había dejado de ir al colegio porque eso interfería en su pasión: la historia. Había sido ayudante en el museo de historia local cada verano; leyó todo lo que pudo sobre la primera colonización de América; supo de su gente, sus vestidos, sus actividades diarias, sus creencias, su música, su comida; se interesó por cada nuevo libro sobre esta materia que pudo encontrar y, cuando Internet llegó a su casa, la utilizó incansablemente para encontrar más historia.
Ahora, eso es raro… Algunas veces, empezaba tan pronto como se levantaba por la mañana y, hacia la media tarde, descubría que todavía llevaba puesto el pijama. En efecto, eso es realmente raro.
Nunca averiguamos cuándo emitió la CNN el programa sobre los unschoolers. Y menos mal, ya había oído suficientes comentarios negativos sobre ellos por parte de mi joven amiga de 14 años, quien había asistido a la guardería desde que tenía 2 (porque sus padres trabajaban ambos fuera de casa).
Ella fue después a preescolar y a una escuela convencional. Por ello, durante doce años había estado, durante la mayor parte de sus días de vigilia, en compañía de chicos de su misma edad. Llegaba a su casa después de su after-school care (una especie de parking de niños) hacia las 6 de la tarde, estaba unas horas con sus padres y hermanos (a quienes ella no había visto en todo el día) y después se iba a la cama a dormir y prepararlo todo de nuevo para el siguiente día… así durante años hasta la actualidad.
Decía que no tenía interés en «las cosas de la escuela» y que ella, desde luego, no pondría ni a sus hermanos, hermanas ni padres en la lista de sus mejores amigos.
Pues bien, en mi opinión, eso sí que es raro…
Deja una respuesta