¿Es bueno que los adultos jueguen con los niños? Y si es así, ¿cómo se debería hacer? – Para que el juego con los niños sea juego, ambas partes tienen que poder disfrutar de él.
Publicado el 6 de septiembre de 2014 en Freedom to Learn, escrito por Peter Gray
Si buscas en Google «jugar con niños» encontrarás explicaciones de numerosos expertos que señalan la importancia del juego entre padres e hijos para ambas partes. Dichos expertos describen el juego como una forma para conectar y conocer mejor a tu hijo, como una manera de pasar un buen rato y ponerte en forma, y como un camino que permite que tu hijo desarrolle nuevas habilidades.
Sin embargo, también encontrarás comentarios escritos por padres, la mayoría madres, que desvelan que juegan con sus hijos porque sienten que tienen la obligación de hacerlo y que en realidad no les gusta jugar con ellos.
El problema de que los niños dirijan a los padres durante el juego
Muchos de los padres lo suficientemente valientes como para reconocer que no les gusta jugar con sus hijos (o, mejor dicho, que no siempre les gusta) han oído de los expertos que no deberían dirigir el juego y que deben permitir a los niños guiar la situación. Eso sí, a veces van demasiado lejos.
El problema es que la manera en la que los niños desean jugar no coincide con la forma en la que lo harían los padres. Por ejemplo, a los más pequeños les gusta hacer lo mismo una y otra vez. Están «programados» para la repetición. Esa es la manera en la que aprenden; es así como practican una habilidad hasta que la adquieren por completo.
Sin embargo, los padres no se comportan de esa manera, al menos no con la habilidad concreta que tiene al niño obsesionado. Una madre, cuyo hijo le pidió que jugase con él a dar vueltas en repetidas ocasiones escribía: «En realidad, fue divertido durante las primeras 500 veces, pero ahora está empezando a agotarme».
Los niños a veces también desean dirigir a sus padres en el juego, por el simple hecho de mandar. Así, se comportan como pequeños tiranos y algunos padres lo permiten porque creen que es lo que deben hacer.
Por ejemplo, una madre describía cómo su hija le pedía en un juego de fantasía que pronunciase las líneas exactas que la pequeña le había indicado, y solo en el momento en el que ella lo decidiese. La niña se enfadaba cada vez que su madre cambiaba alguna palabra o hablaba en otro momento distinto. La hija podía ser creativa, pero su madre no podía hacerlo. La madre no estaba disfrutando de este juego, se había convertido en un accesorio, no en una compañera de juego. No es de extrañar que a la madre le disgustase el juego.
Vemos entonces que nos encontramos con un problema en el juego entre adultos y niños. Nosotros, y cuando digo «nosotros» me refiero más a las madres que a los padres, hemos dejado que nos laven el cerebro hasta creer que nuestra obligación consiste en satisfacer las necesidades de nuestros pequeños a cada momento, dirigiendo unas veces lo que deben hacer y, en otras, cediendo ante todos sus caprichos.
En ciertos momentos les mandamos, ya que consideramos que tenemos que hacerlo por su propio bien. Y en otros, especialmente durante el juego, creemos erróneamente que nuestro deber es permitir que nuestros hijos tomen las riendas. Sin embargo, la dominación en cualquiera de las dos situaciones destruye el juego y son un problema para las relaciones. Jugar exige negociación y acuerdo, de forma que se comprendan las necesidades de cada uno. En el juego no hay lugar para la intimidación y la sumisión ciega.
En un juego entre iguales, ningún niño con suficiente amor propio toleraría un juego así. Un niño que se aburriese tras haber dado vueltas 500 veces diría: «O jugamos a otra cosa, o me voy». En un juego de fantasía, cualquier niño, al que se le impidiese desarrollar su parte creativa, protestaría y, si con la protesta no obtuviese resultados, dejaría el juego.
La capacidad de expresar desacuerdo, para rebelarse, para abandonar el juego es lo que convierte el juego en una herramienta tan potente para el aprendizaje social. Cuando permitimos que los niños nos dirijan durante el juego, que no presten atención a nuestras necesidades y deseos, estamos destruyendo el valor social del juego. Jugando de esta manera no estamos haciendo ningún favor a nuestros pequeños. De hecho, tal vez los estemos convirtiendo en unos niños consentidos.
El problema de los padres que dirigen a los niños durante el juego
El error contrario al que venimos describiendo es, obviamente, el de dirigir a los niños durante el juego, o, de forma extrema, el de secuestrar el juego y dejar fuera a los niños. En general, los padres son quienes más tienden a comportarse de este modo, pero también he visto madres con este comportamiento.
Empiezas construyendo algo con tu hijo (tal vez un castillo de arena o alguno de esos horribles juegos de lego diseñados para crear un modelo) y te involucras mucho en el juego. Eres capaz de hacerlo mucho mejor que tu hijo, de modo que te haces con las riendas totalmente o le indicas a tu hijo qué es lo que tiene que hacer. De esta manera, el juego se ha convertido en tu juego, y no en el del niño.
Recuerdo que, hace varios años, cuando mi hijo era pequeño, nos unimos a un grupo llamado Indian Guides, que supuestamente ofrecía oportunidades para establecer lazos entre los más pequeños y sus padres.
Una de las actividades que realizamos fue crear pequeños coches de madera para una competición. Supuse que el objetivo de dicha actividad consistía en que los niños construyesen el coche y los padres asistieran su trabajo, por ejemplo, explicándoles cómo han de utilizar las herramientas de forma segura o cómo limpiar los pinceles después de pintar.
Me sentí bastante orgulloso del coche que había construido mi pequeño de 8 años y parecía que él también había disfrutado construyéndolo. Parecía que se trataba de un juego constructivo para él.
No obstante, cuando llegamos a la competición con el coche en la mano, los dos nos sentimos desanimados. El resto de coches estaban construidos con gran maña y pintados y barnizados con cuidado. Me quedé atónito al ver la destreza de los demás padres.
Resultaba obvio que los niños no habían desempeñado ningún papel, salvo el de ver a sus padres construir o seguir las instrucciones que los adultos les habían dado. Dicho comportamiento tal vez permitiese, en cierta medida, que los niños aprendiesen mientras observaban a sus padres, pero, obviamente, no se trataba de un juego para ellos.
En cualquier caso, mi hijo y yo tan sólo deseábamos desaparecer, arrastrarnos hasta llegar a casa y deshacernos de nuestro coche. Un coche que parecía haber sido construido por un niño de 8 años.
El triste motivo por el que hoy los padres sienten que jugar con sus hijos es su obligación
Jugar no debería ser nunca un deber, tendría que hacerse únicamente por placer. Jugar, por definición, es realizar algo que deseas hacer, de manera que «jugar» con tu hijo sin que de verdad te agrade no es jugar.
David Lancy, autor del libro La Antropología de la infancia y tal vez el mayor experto a nivel mundial en el estudio de la relación entre padres e hijos, afirma que la idea de que los padres deben jugar con sus hijos es una idea reciente desarrollada en los países occidentales (ver su artículo en inglés aquí).
En otras culturas (y antes de las últimas décadas también en la nuestra), los niños siempre tenían otros niños con los que jugar. Los padres no sienten la necesidad de jugar con sus hijos y los más pequeños no desean jugar con adultos, ya que cuentan con muchos otros compañeros de juego más interesantes, es decir, con otros niños de todas las edades.
Los adultos de dichas culturas a veces juegan, pero solo de la manera que ellos desean. En ciertas ocasiones los niños se unen, lo que resulta agradable siempre y cuando los más pequeños no entorpezcan el juego. A veces, los adultos, especialmente los más jóvenes, se unen al juego de los más pequeños, pero sólo porque es su deseo, lo que también es beneficioso siempre y cuando dichos adultos no estropeen con el juego.
Cuando los adultos juegan con los pequeños, no ha de ser guiados por un sentimiento de obligación, sino únicamente por diversión. Según informes antropológicos, así es como sucedía en las tribus de cazadores y recolectores. También era así en los años 50, en las comunidades de Estados Unidos en las que yo me crié.
Naturalmente, los niños son mejores compañeros de juegos para otros niños que los adultos. Suelen compartir los mismos intereses, el mismo sentido del humor y los mismos niveles de energía. Tienden menos a ser condescendientes y no intentan convertir el juego en una forma aburrida de aprendizaje.
En algún momento afirmaba que el juego entre personas de diferentes edades puede ser especialmente beneficioso para los niños, sobre todo para los niños más mayores. Sin embargo, cuando hablamos de personas de más de 30 años que juegan con otras de menos de 10 años, la diferencia de edad puede ser difícil (aunque no imposible) de salvar sin perder por ello el verdadero espíritu del juego.
Para nuestra vergüenza, hemos creado un mundo en el que los niños no pueden simplemente salir de casa y quedar con otros niños para jugar sin adultos observando, interviniendo o estropeando el juego.
Es la primera vez en la historia (sin tener en cuenta los períodos y lugares en los que tienen cabida la esclavitud y el trabajo infantil) en la que los niños no pueden jugar libremente con otros niños durante varias horas al día. Por supuesto, nos sentimos culpables por ello y así deberíamos.
No obstante, deberíamos utilizar ese sentimiento de culpabilidad para resolver el verdadero problema: Tenemos que encontrar la manera de permitir que nuestros hijos jueguen libremente con otros niños sin intentar llenar nosotros ese vacío, un vacío que no estamos bien equipados para llenar.
Algunas maneras divertidas de jugar con niños
En fin, después de todo lo mencionado anteriormente, tengo que confesar algo: Me gusta jugar con niños y tengo buenos recuerdos de cuando era niño y los mayores jugaban conmigo. De hecho, creo que la mayoría de los adultos se divertirían jugando con sus hijos si fueran capaces de encontrar formas de divertirse junto con los pequeños, formas que se adaptasen a las habilidades e intereses de ambos.
Como parte de mi investigación en ciertas ocasiones he observado a adolescentes jugando con niños mucho más pequeños. A menudo son brillantes encontrando formas de jugar divertidas para todo el mundo.
Podemos aprender mucho si observamos cómo juegan los adolescentes con los pequeños. Al fin y al cabo, no hace mucho que los adolescentes eran niños, de forma que no han olvidado qué es con lo que antes disfrutaban o cómo seguir disfrutando de esas mismas cosas. Además, los adolescentes no tienen miedo de ser asertivos e insistir en crear un juego que resulte divertido tanto para ellos como para los niños.
Juegos físicos
A la mayoría de los niños les encanta jugar a juegos como el pilla-pilla tanto con otros niños, como con adultos. El adulto puede desempeñar el papel de monstruo, pillando a los niños y comiéndoselos. Los pequeños gritan cuando escapa demostrando su felicidad y el adulto disfruta de la actividad. Todo el mundo ríe y disfruta.
A veces el adulto se tumba boca arriba (suele tratarse de un «hombre», aunque no siempre es así) y mover al más pequeño con sus piernas o coger al pequeño sentado sobre sus hombros y lanzarlo hacia un montón de almohadas o de hojas. También puede tirar al pequeño en el aire y cogerlo una y otra vez o dar paseos llevando al más pequeño «a caballito».
Estos juegos permiten a niños y adultos hacer ejercicio. Los más pequeños disfrutan de una experiencia emocionante y el adulto también puede sentir la emoción, ya sea de forma directa o indirecta.
Está claro que en estos juegos resulta imprescindible que el adulto sepa identificar las expresiones de alegría o miedo del niño. Si el miedo empieza a hacerse con el juego y la alegría va desapareciendo es necesario terminar con el juego. El adulto tiene que ser capaz de adaptar la intensidad del juego de acuerdo a las capacidades del más pequeño, ya que lo que puede resultar emocionante para unos, puede ser aterrorizador para otros.
Deporte en terrenos y solares
Tengo buenos recuerdos de meriendas que hacíamos cuando era pequeño, unas veces se trataba de picnics organizados por el sindicato (mi padrastro era sindicalista), otras por la iglesia o reuniones familiares en los que todos jugábamos juntos. Normalmente jugábamos a sóftbol.
Se juntaban hombres, mujeres, chicos y chicas, adolescentes y niños. Seguíamos unas normas que nos permitían disfrutar a todos, normas como la de lanzar la pelota suavemente a los pequeños y principiantes, o que los adolescentes y adultos más fuertes tuvieran que batear con un palo de escoba y luego ir de una base a otra a la pata coja.
Había algo especial y maravilloso en esos juegos que unían a las diferentes generaciones. Como niño, no me hubiese gustado jugar a este juego muy a menudo, pero resultaba maravilloso jugar dos o tres veces al año en esas meriendas.
Cartas y juegos de mesa
Pienso que fijar un día como «la noche de juegos en familia» en la que todos pueden jugar juntos es una buena idea. La clave consiste en encontrar un juego que guste a todos, de forma que todo el mundo quiera jugar.
Cuando era pequeño, en los años 50, el juego de mesa con el que más disfrutábamos todos era la canasta, un juego de cartas que estaba muy de moda en esa época. Habíamos fijado «noches de canasta» y cuando nuestros familiares y amigos nos visitaban también ellos jugaban.
Lo bueno de dicho juego es que precisa de cierta habilidad, de forma que no es simplemente una cuestión de suerte. Pero la habilidad necesaria es fácil de desarrollar, de modo que un niño de 7 años puede ser tan bueno jugando como los adultos.
Existen muchos otros juegos de cartas y de mesa que son así. Algunas familias que conozco se decantan por la mímica. Los más pequeños suelen ser bastante buenos en este tipo de juegos, son actores creativos por naturaleza y hacen que todo el mundo se divierta.
Pues bien, ahí tienes algunas ideas para empezar. La idea principal es esta: Si deseas jugar con tu hijo, asegúrate de encontrar juegos que permitan que tanto tú como él disfrutéis. El juego tiene que ser divertido, no un deber.
Tu deber hacia el juego de tu hijo o hija resulta en posibilitar que juegue libremente y a menudo con otros niños, lejos de los adultos. Esto último es lo esencial en el juego de los niños.
El juego con tu hijo no debería ser más que una excepción, una especie de regalo para ambos.
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Peter Gray, doctor, profesor investigador en Boston College, y autor del libro Free to Learn (Basic Books) y Pyschology (un libro de texto, ahora en su sexta edición).
Otros artículos de Peter Gray en inglés:
www.psychologytoday.com/blog/freedom-learn
Libro en inglés Free to Learn:
www.freetolearnbook.com
Artículo original en inglés: https://www.psychologytoday.com/blog/freedom-learn/201409/playing-children-should-you-and-if-so-how
Tuve una infancia feliz, y en ningún momento recuerdo estar jugando con mis padres. Eso sí, ellos procuraban que nosotras, (tres hermanas) pasáramos la mayor parte del día con niños del barrio, primos, compañeritos de la escuela.
Recuerdo hasta casi molesto, cuando un adulto quería intervenir en el juego, lo mejor era dejarnos solos, y que ellos se sentaran a fumar y a conversar cosas de grandes. Esto también ocurría en las vacaciones, en donde íbamos a la playa, y disfrutábamos contemplar la naturaleza y el estar con nuevos amiguitos. Creo también, que el adulto ya no tiene la capacidad de conversar con sus pares. Esto no tiene nada que ver con el nivel intelectual de los mismos, yo doy mi testimonio, en donde padres, tíos y adultos que me rodeaban, no eran universitarios. Les alcanzaba con leer el diario, estar muy poco informados para pasar un buen momento con sus pares.
Particularmente, tengo a mis hermanas lejos. Y cuando tenemos la posibilidad de reencontrarnos, y de charlar entre nosotras, siento que no hay tema de conversación. Que solo hablamos de sus niños. Los temas que más me interesan a mí, (de qué están trabajando, sus nuevas amistades, la forma de vida en sus nuevas residencias..) son los que más rápido pasamos para terminar hablando de sus niños.
Sintetizando, alcanza con observar una publicidad, para ponernos a tiro, del desorden de las jerarquías en la familia. Las escenas familiares en las propagandas muestran siempre a padres inseguros, torpes, que no tienen la capacidad de poner un pañal a un bebé, mientras el perro, (en el mejor sillón de la casa) sintoniza «Animal Planet» con el control remoto.
No quiero terminar mi comentario de manera negativa, me gustan los niños, trabajo en una escuela, pero creo que bastaría con poner las cosas en su lugar, y educarnos un poquito más en los modales.
Muy interesante la nota.!
Un abrazo desde la Argentina.
Gracias por tu comentario, Mara.
Un abrazo,
Adrián
Me gustó mucho este nota, yo tengo 26 años y dos hijas de 2 y 6 años y juego con ellas, a veces no es fácil y uno se cansa o aburre como dicen, pero cuando ellas piden jugar entonces creo q estoy haciendo bien las cosas, y esta nota me sirve mucho para mejorar y divertirme con ellas para su buen desarrollo. Gracias por hacer estas notas interesantes y educativas para nosotros como padres. Saludos desde México.
Me alegro de que te haya servido el artículo. Seguro que puedes encontrar alguna forma de jugar con tus hijas que también sea divertido para ti.
Un saludo,
Adrián
Buenas tengo 26 y no tengo niños pero con mi prima y hermanos juego de vez en cuando con esto de la tecnologia a veces cambia un poco la manera y los tipos de juegos que tienen los chicos de hoy en día pero nada se compara con juegos lejos de ellas soempre me dicen que parezco una niña, juego con ellos a los que quieren pero tampoco dejo el control totalmente un baile extraño inventado es lo más increible, ejercicios hechos por ellos mismos, canciones inventadas…etc