Un nuevo libro desmiente creencias muy extendidas sobre las nuevas tecnologías.
Publicado el 13 de febrero de 2014 en Freedom to Learn, escrito por Peter Gray
A los adolescentes siempre les han gustado los espacios públicos en los que poder estar con amigos, conocer gente y poder hablar y hablar con sus compañeros sobre los temas que les interesan, lejos de los padres y otras figuras de autoridad.
Estos encuentros resultan cruciales para el desarrollo personal; así es como los adolescentes amplían sus horizontes sociales, comparten su opinión en los temas que les importan, experimentan con diferentes versiones de su personalidad y desarrollan el sentido de independencia con respecto a los padres y otros adultos para poder madurar.
Hasta hace relativamente poco, los lugares en los que los jóvenes se podían encontrar eran sitios físicos localizables geográficamente, pero hoy en día estos lugares se encuentran en el ciberespacio. Muchos padres se sorprenden, y algunos incluso se horrorizan por el tiempo que los jóvenes pasan online y por lo que parece que hacen cuando están conectados.
El nuevo y genial libro en inglés de danah boyd (quien escribe su nombre sin mayúsculas), llamado It’s Complicated: The Social Lives of Networked Teens (Es complicado: la vida social de los adolescentes conectados), nos ayuda a entender este fenómeno.
El libro, publicado este mes por Yale University Press, es producto de un amplio programa de investigación. Del 2005 al 2012, la autora viajó por Estados Unidos hablando con adolescentes, padres, profesores, bibliotecarios, encargados de grupos de juventud y otras personas que trabajan con adolescentes.
También pasó «innumerables horas» estudiando a los jóvenes mediante el rastro que dejaban online, en sus redes sociales, blogs y otros medios sociales. Además, ella y su colaboradora Alice Marwick llevaron a cabo entrevistas formales y semi‑estructuradas a 166 adolescentes, en los que se hablaba de sus hábitos en Internet.
Tal y como indica el título de su libro (Es complicado), los resultados de las investigaciones de boyd no pueden resumirse en unos simples enunciados. Este libro desmiente algunos de los mitos más simplistas sobre los jóvenes y la tecnología que a menudo nos encontramos en los medios de comunicación de masas o escuchamos en conversaciones entre adultos. Aquí van cinco de esos mitos, en los que boyd nos relatará lo que es relevante para cada uno.
Primer mito: La tecnología crea aislamiento social
Cuando un adolescente está con el móvil o el ordenador, podría parecer que esté aislado, pero más a menudo de lo que pensamos, está utilizando esos dispositivos para superar el aislamiento social que los propios adultos le hemos impuesto.
boyd escribe que a menudo oye a los padres decir que sus hijos prefieren los ordenadores a las «personas de verdad», pero la opinión de los jóvenes en este tema es muy diferente. Los adolescentes de todo el país, de diferentes grupos étnicos, le contaron en múltiples ocasiones que preferirían poder quedar con sus amigos en persona, pero casi nunca lo podían hacer. Hablaban con sus amigos por medio de las redes sociales porque a menudo era la única forma de poder comunicarse con ellos.
Los adolescentes de las generaciones pasadas, e incluso los preadolescentes y los niños, socializaban con los demás cuando iban y venían del colegio. Una vez en él, podían socializar en el comedor y en los recreos. Tras la escuela y en los fines de semana podían dar un paseo, ir en bici, coger el transporte público, o en el caso de los adolescentes más mayores, coger el coche para quedar en parques, campos, esquinas, parcelas abandonadas, clubs secretos, restaurantes, centros comerciales u otros sitios de quedada habitual.
Los adolescentes de hoy en día no tienen esa libertad. A muchos no les permiten ni ir andando al colegio. El tiempo para comer en el colegio ya no llega ni a una hora, y se han suprimido muchos de los descansos entre clases. Muchos adultos no dejan salir a sus hijos sin que vayan acompañados de un adulto, pero incluso cuando los adultos lo permiten, otras fuerzas lo impiden.
Tal y como boyd señala, los políticos han implantado toques de queda y otras leyes de protección para y de los adolescentes, en la creencia equivocada de que esto reducirá la tasa de delincuencia juvenil (boyd cita pruebas de que en realidad no es así), y muchos establecimientos comerciales que en algún momento permitían el acceso de los jóvenes, o por lo menos lo toleraban, ahora lo prohíben, especialmente a los grupos.
Incluso cuando a uno de los adolescentes se le permite salir de casa e ir a algún lugar, lo más probable es que a sus amigos no se les permita hacerlo.
boyd se dio cuenta de que los padres con los que hablaba a menudo pensaban que estaban ofreciendo a su hijo buenas oportunidades para socializar cuando les apuntaban y les llevaban a actividades extraescolares dirigidas por adultos, pero los jóvenes no estaban de acuerdo. Afirmaron que esas actividades no les daban la oportunidad de socializar que ellos necesitaban, precisamente por la organización adulta y la vigilancia continua de estos.
Tal y como boyd afirma (págs. 106-107), «Las figuras de autoridad ven a los jóvenes como un inconveniente que hay que tratar, pero a la vez como inocentes niños a los que hay que cuidar. Los adolescentes son a la vez amenazas públicas y objetos vulnerables. La sociedad les teme, pero también les protege».
Por culpa de esto, prácticamente hemos prohibido en menor o mayor medida la entrada de jóvenes a lugares públicos. Por eso, como seres humanos con necesidades sociales, han descubierto cómo reunirse en Internet.
Segundo mito: Los adolescentes tienen adicción a la tecnología y a las redes sociales
En un ensayo previo de este blog (sobre la «adicción» a los videojuegos), describía la tendencia que tenemos a aplicar el término «adicción» a prácticamente cualquier tipo de actividad que nos guste y que hagamos a menudo. De forma más conservadora y útil, el término se refiere a una actividad que: a) es compulsiva en el sentido de que el que la lleva a cabo no puede parar de hacerla, incluso con gran esfuerzo, y b) resulta claramente más perjudicial que beneficiosa para la persona que la realiza.
boyd se dio cuenta de que algunos jóvenes efectivamente pasan más tiempo en las redes sociales de lo que dicen que les gustaría. Reconocen que les llama mucho la atención y lo disfrutan tanto que pierden la noción del tiempo, y afirman que resulta perjudicial en el sentido de que les quita tiempo que podrían pasar realizando otras actividades, entre estas, las que les dicen los adultos que deberían hacer, como los deberes.
En cambio, no está claro que las desventajas sean más que las ventajas. Incluso si así fuera, boyd opina que la palabra adicción no es útil en este caso. Confiere sensacionalismo al problema. Sugiere que es una patología más que un problema de gestión del tiempo, que todos tenemos en mayor o menor medida.
En la página 92, boyd señala que si utilizamos la palabra «adicción» para referirnos a toda actividad que el ser humano disfrute y a la que dedique largos periodos de tiempo, entonces «ser “adicto” a la información y a la gente es parte de la condición humana: surge de un sano deseo de ser conscientes de lo que nos rodea y de estar conectados con la sociedad».
No es la tecnología en sí lo que une a la gente joven; es la oportunidad de comunicarse entre iguales y aprender sobre su mundo. El ordenador solo constituye una herramienta, al igual que antes lo era el teléfono.
Cuando los adultos ven que los niños y adolescentes están con el ordenador o el móvil en vez de estar jugando en la calle, culpan antes a los ordenadores y a sus supuestas propiedades «adictivas» que a sí mismos y a la sociedad por haber quitado a los jóvenes la posibilidad de reunirse en espacios físicos, lejos de adultos que se entrometan.
Tercer mito: A los adolescentes de hoy les da igual la privacidad
A los adultos a menudo les llama la atención la tendencia de los jóvenes de compartir información en Internet que «debería ser privada». Por el contrario, los adolescentes le contaban a boyd que precisamente usan las redes sociales para conseguir privacidad.
La diferencia parece estar en el hecho de cara a quién se consigue la privacidad. Los padres se preocupan de que extraños tengan información de sus hijos, mientras los hijos se preocupan más de los adultos que conocen.
En palabras de boyd: «Cuando los adolescentes, y de hecho, la mayoría de adultos, buscan privacidad, lo hacen con respecto a la gente que tiene poder sobre ellos. Al contrario que los defensores de la privacidad y adultos más políticamente concienciados, a los adolescentes normalmente no les preocupan los gobiernos ni las grandes corporaciones. En cambio, intentan evitar la vigilancia de sus padres, profesores y otras figuras de autoridad en sus vidas. Quieren el derecho de ser ignorados por la gente que consideran que “se entromete en sus asuntos”. […] Quieren evitar a los adultos paternalistas que utilizan la seguridad y la protección como excusa para controlar las interacciones sociales de los jóvenes».
A veces, los jóvenes que se encuentran cerca los unos de los otros preferirán escribirse o usarán las redes sociales antes que hablar, precisamente para que los padres u otros adultos que están con ellos no sepan de qué hablan.
Los adolescentes se enfadan cuando sus padres se conectan y leen lo que en principio era una información para los amigos, no para ellos. Para los jóvenes, eso es tan grave como que les lean los correos privados, les curioseen en la habitación o les lean su diario.
boyd (pág. 59) comenta que: En 2012, cuando le pregunté a jóvenes que se habían hecho cuentas de Twitter, Tumblr e Instagram antes de que estas redes se hicieran famosas, que por qué las preferían a Facebook, la respuesta fue inequívoca: «Porque mis padres no saben que existen».
Sin embargo, es cierto que muchos adolescentes ignoran o no están informados de los rastros duraderos que dejan cuando se comunican por las redes sociales, y los efectos nocivos que podrían tener si, por ejemplo, un futuro empleador tuviera acceso a ellos.
boyd se dio cuenta de que a pesar de la percepción general que se tiene de los jóvenes como expertos de Internet, muchos no lo son. A menudo no saben cómo usar los ajustes de privacidad en las redes sociales, y no son conscientes o les da igual todo a lo que podrían tener acceso audiencias que no fueran las que ellos pretenden.
boyd sugiere que nosotros, como individuos adultos y como sociedad, podríamos hacer más de lo que estamos haciendo por ayudar a los jóvenes a entender mejor las redes sociales que están utilizando.
En vez de aconsejarles de que no las usen o prohibirles que las usen, deberíamos enseñarles a utilizarlas de forma más inteligente.
Cuarto mito: Las redes sociales aumentan el riesgo de los jóvenes ante depredadores sexuales
En una encuesta a nivel nacional, boyd y sus compañeros descubrieron que el 93 % de los padres tenían miedo de que sus hijos pudieran conocer a un desconocido en línea que les hiciera daño, mientras que el 1 % indicaron que alguno de sus hijos ya había sufrido una experiencia así.
El mayor miedo era, con diferencia, a los «depredadores sexuales», «violadores de niños», «pedófilos» o «acosadores sexuales» que pudieran ponerse en contacto con sus hijos por medio de Internet. Esto refleja los miedos expresados en otras encuestas nacionales e internacionales, que subyacen en la decisión de muchos padres de no permitir que sus hijos se alejen de casa, que salgan a la calle sin un adulto que les acompañe. De forma sorprendente, los participantes en el estudio de boyd tenían mucho miedo tanto por sus hijos como por sus hijas.
Tal y como otros autores (por ejemplo, Lenore Skenazy en su libro Free Range Kids [Niños criados en libertad]) ya hemos escrito otras veces, el miedo al «peligro del extraño» que afecta a muchos padres es excesivo. De hecho, cualquier tipo de daño a los niños por parte de adultos desconocidos es algo muy poco usual.
Tal y como boyd explica (pág. 110): «Los abusos sexuales que comienzan en Internet son muy poco usuales, y el número de delitos sexuales a menores ha ido descendiendo desde 1992, lo que sugiere que Internet no ha originado una nueva oleada».
Desde luego, habría que advertir a los niños y a los adolescentes de que la posibilidad aún existe, y deberíamos enseñarles formas racionales de prevenirlo, pero el peligro es tan pequeño que resulta irracional prohibir el uso de redes sociales a nuestros hijos por ello.
Las cifras indican que es más probable que personas que el niño conoce bien, como familiares, amigos de la familia, curas y profesores, abusen sexualmente de él antes de que lo haga un desconocido.
De nuevo tal y como boyd indica (pág. 110): «a pesar de que los legisladores no tienen problemas para proponer actuaciones que limiten los derechos de los jóvenes para acceder a espacios en Internet, no han propuesto leyes para prohibir la entrada de jóvenes a instituciones religiosas, escuelas o a sus casas, sin tener en cuenta de que estadísticamente estos son sitios más probables para el abuso».
Quinto mito: El acoso escolar a través de las redes sociales es un gran problema nacional
El acoso escolar, el de verdad, representa un problema muy grave ocurra donde ocurra y, por supuesto, hay algunos casos muy bien documentados de acoso por Internet (cyber bullying) que han acabado en tragedia. ¿Pero con qué frecuencia ocurren estos casos? ¿Es este tipo de acoso lo suficientemente común cómo para prohibir a los adolescentes el uso de las redes sociales?
Al igual que en el caso del término de «adicción», parte del problema subyace en cómo la gente define o identifica el término «acoso».
boyd apunta que ha conocido a padres a los que cualquier tipo de broma les parecía acoso, mientras que a sus hijos, incluso los afectados en dicha broma, no lo veían como acoso. También yo he conocido a ese tipo de padres, y algunos tienen una opinión inamovible.
Este uso tan flexible del término también ocurre cuando hay peleas graves entre dos jóvenes con el mismo poder. boyd se dio cuenta de que los jóvenes tienen una idea más conservadora y significativa de lo que es el acoso escolar; el acoso escolar se produce cuando hay una diferencia de poder entre dos individuos o grupos y el más poderoso ataca continuamente al más débil hiriéndole.
Según esta definición que usa boyd y los adolescentes que entrevistó, el acoso cibernético es mucho menos frecuente de lo que los adultos se piensan. En Internet se hacen muchas bromas, muchas de ellas en un lenguaje muy crudo, y mucho de lo que los adolescentes llaman «drama y bromas pesadas», no representan casos de acoso realmente dañino.
Ciertamente, boyd (pág. 133) descubrió que los adolescentes mostraban mayor angustia por el acoso en la escuela o en persona, que por el acoso por internet.
boyd se sirvió de varios párrafos para ayudar a los adultos a comprender el tan habitual fenómeno online al que los adolescentes, en su mayoría chicas, hacen referencia como si se tratara de un drama, lo cual la experta define como «un conflicto interpersonal y en el que desempeñamos un papel que tiene lugar frente a una audiencia activa y comprometida, a menudo en las redes sociales».
El drama, según boyd, es una actividad con doble sentido con diferencias de poder no muy claras y que además, no resulta necesariamente perjudicial. De hecho, muchos de los adolescentes a los que boyd entrevistó parecían disfrutar formando parte de dicho drama; se trataba, entre otras cosas, de una manera de dirigir la atención hacia sí mismos y fortalecer el apoyo de sus amigos.
Cerca de un 9 % de los adolescentes entrevistados por esta experta incluso admitieron que a veces generarían falsos dramas mediante publicaciones anónimas o mediante comentarios poco agradables sobre sí mismos y su propia respuesta como si vinieran de otra persona.
Los chicos realizaban actividades similares, pero era menos probable que lo llamaran bromas pesadas (o, de manera menos sutil, bromas hardcore), un término que hace referencia explícitamente a lo burlón de la actividad. Para muchos de los adolescentes, responder a tales golpes con astucia y sin venirse abajo o perder los nervios representa una cuestión de orgullo. Puede que esto represente en parte el proceso por el que los jóvenes desarrollan una cara tan dura. Dichos intercambios siempre forman parte de las experiencias de los adolescentes, más frecuentemente entre unos grupos que otros, y su apariencia en la Red no cambia su naturaleza.
Reflexiones finales
Me gusta el título del libro de boyd, Es complicado […]. Me puedo imaginar perfectamente esas palabras como lo primero que sale de muchas de las bocas de los adolescentes encuestados. Un mensaje que predomina a lo largo del libro es que lo que asumimos sobre los jóvenes y la tecnología, lo que reflejan los medios, los políticos, los padres, los educadores e incluso los psicólogos infantiles y otros «expertos» son ideas muy simplistas, e incluso, en muchos casos, completamente equivocadas.
Cuando encontramos un comportamiento en los adolescentes que nos parece extraño o escuchamos ejemplos de verdaderas atrocidades, a menudo tendemos a juzgar demasiado rápido y casi siempre tomamos la decisión de añadir otra restricción más a las ya de por sí muy cargadas vidas de los jóvenes.
Además de los serios problemas de pobreza y desigualdad, la ofensa más grave de nuestra nación a los adolescentes y a los más pequeños es la falta de confianza. Cada vez que les espiamos, cada vez que les prohibimos otra actividad «por su propio bien», cada vez que aprobamos una ley que les restringe el acceso a otro lugar de acceso público, les mandamos un mensaje: «no nos fiamos de vosotros».
La confianza promueve gente responsable, y la falta de confianza, lo contrario. Los adolescentes no son ni ángeles ni demonios, nunca lo fueron, y nunca lo serán, ni más malos ni más buenos que tú y que yo. Los adolescentes no son completamente maduros, se equivocan. Posiblemente sean incluso más inmaduros y cometan más fallos que tú y que yo.
En cambio, tienen que disponer de la posibilidad de fallar, puesto que crecerán gracias a los errores. No pueden aprender a tomar el control de sus vidas si no les permitimos tomar el control. No pueden aprender a confiar en sí mismos si no les permitimos que tengan que ejercitar esa confianza.
Las investigaciones y el libro de boyd representan grandes avances porque escuchó a los jóvenes y les tomó en serio.
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¿Qué opinas? ¿Cuáles han sido tus experiencias y observaciones en lo que respecta a los adolescentes, la tecnología, y las redes sociales? ¿Estás de acuerdo o en desacuerdo con el análisis aquí desarrollado?
Fuentes
danah boyd. It’s Complicated: The Social Lives of Networked Teens. Yale University Press, 2014.
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Peter Gray, doctor yprofesor investigador en Boston College, y autor del libro recién publicado Free to Learn (Basic Books) y Pyschology (un libro de texto, ahora en su sexta edición).
Otros artículos de Peter Gray en inglés:
www.psychologytoday.com/blog/freedom-learn
Libro en inglés Free to Learn:
www.freetolearnbook.com
Artículo original en inglés: http://www.psychologytoday.com/blog/freedom-learn/201402/five-myths-about-young-people-and-social-media
Traducción del inglés al castellano por Javier Hernández Ruiz.
Teknik Telekomunikasi dice
What is danah boyd’s stance on the concept of «addiction» to technology among adolescents?