Tenía varias tareas pendientes, de esas que no son urgentes, pero que llevan tiempo y tiempo sobre la mesa. Hoy iba a ser el día, quería empezar cuanto antes para quitármelas de encima y estar tranquilo. Los niños ya habían desayunado y estaban preparados, ahora era el momento, iba a ponerme con ello.
Me había puesto a rebuscar entre mis notas, buscaba alguna idea, algo digno de mencionar, que me inspirase, pero no daba con ello, no sabía sobre qué escribir.
Justo cuando parecía que una gran idea se materializaba apareció mi hijo. «Papá, hay alguien en la puerta» dijo entre sorprendido y asuntado. Estaba claro que no lo conocía.
Según bajaba, refunfuñando para mis adentros, iba pensando, será algún vendedor o Testigos de Jehová. Cuando los vi, pensé, justo, testigos deben ser, van en pareja y bien vestidos. Cuál fue mi sorpresa cuando empezaron a hablar.
Tejas sueltas, niños, tejado, lluvia dentro de poco. No acababa de creérmelo, así que repetí lo que había creído entender.
«¿Que mis hijos han desmontado su tejado?»
Pues sí, eso decían. Intercambiamos teléfonos y les dije que ahora mismo lo iba a mirar y solucionar.
Por desgracia, no he sido lo suficientemente rápido de reflejos y no he sacado una foto al original, pero se parecía a esto:
Un montón enorme de tejas sueltas, unas encima de otras y una superficie de dos metros por uno sin tejas, había quitado incluso los raíles sobre los que se colocan las tejas (que en este caso, eran tejas puestas al revés y pegadas a la superficie).
Tras explicar a mi hijo de la forma más tranquila de la que he sido capaz que eso no era aceptable (no he gritado, pero, sin duda, no era difícil entrever mi enfado), éste, ni corto ni perezoso se ha ofrecido a volver a colocarlas. Mi primer impulso cuando veía que ya se subía al tejado ha sido agarrarle y decirle que no subiera nunca más, pero tras pensarlo rápidamente (y mirar que fuese seguro), le dije que vale.
Al principio, mi hijo iba colocando las tejas (las primeras todavía tenían raíles), pero luego, cuando vi que la cosa se complicaba, decidí seguir yo solo.
Una hora después, estaba sentado otra vez delante del ordenador, tecleando. Con una hora menos para trabajar, pero eso sí, algo sobre lo que quería escribir.
¿Qué saco de esta aventura?
Bueno, por un lado, he estado un rato al sol y he conocido a mis vecinos (que dentro de lo que cabe, se lo han tomado bastante bien), por otro, ahora sé cómo se monta un tejado con tejas tradicionales. Pero, lo más importante de todo, se vuelve a confirmar, los niños siempre te sorprenden.
Esa capacidad de sorprender, de hacer cosas que nadie espera, de ser creativos y pensar diferente es algo de lo que nos alejamos según nos acostumbramos a hacer siempre las mismas cosas esperando los mismos resultados, es algo que perdemos cuando decidimos que es más importante la seguridad que satisfacer nuestra curiosidad. Como adultos, nos cuesta mucho entender e imitar esta capacidad de los niños.
Es totalmente imposible saber qué va a hacer un niño a continuación. Por supuesto, tienes que explicarle qué cosas son aceptables y cuáles no, pero nunca serás capaz de hacer una lista con todas las cosas que a un niño se le pueden ocurrir y tú no quieres que haga.
Simplemente maravilloso.
Por cierto, aquí tenéis una foto para que podáis admirar el trabajo.
PD. Para el que tenga curiosidad, la gran idea esa que se estaba materializando, por supuesto se ha perdido, supongo que eso es lo que la convierte en gran idea…
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